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El Vaticano y Rusia



Conferencia del Diácono Herman Ivanov-Treenadzaty, publicada en la Orthodox Life XL, nº 2 [marzo-abril de 1990], páginas 8-24.


Traducción: Ignacio Pérez Borgarelli
Dedicado al Padre Siluán Dignac




Introducción

Esta conferencia fue disertada en Sydney y Melbourne (Australia)   en el 24° Congreso de la Juventud Rusa durante el año jubilar del Milenio del Bautismo de la Rus’. La conferencia es sobre el Vaticano, su ideología y sus políticas agresivas, y no sobre los católicos comunes y corrientes. Nos parece que el catolicismo romano es un gran peligro, que amenaza el presente y el futuro de Rusia, más peligroso que el comunismo, que ya está en decadencia.

Como señala Dostoyevsky en su novela El Idiota, “el catolicismo romano es más peligroso que el ateísmo, porque se nos presenta un   Cristo profano y desacralizado usurpando  el  trono  terrenal”,  el  papa  tomó  la  espada  y  agregó,  “mentiras,  intrigas, engaños, fanatismo y maldad”. Tal es la profundidad de comprensión que procede de la talentosa pluma de Dostoyevsky. El catolicismo es peligroso precisamente porque ofrece un Cristo falsificado.

Durante nuestra estadía en Australia, nos enteramos de que, por primera vez en setenta años, la misa papal fue trasmitida por la televisión soviética. También hubo un intercambio de delegaciones.  La ofensa en contra  de  la  Ortodoxia  y  el pueblo  ruso continúa a un ritmo más acelerado.

-Diácono German Ivanov-Trinadzaty, Parroquia de San Nicolás, Lyon, Francia.


El Vaticano y Rusia

Se ha estudiado el tema de los esfuerzos de Roma (el Vaticano), que se extienden a lo largo de los siglos para subordinar a la Iglesia rusa por la fuerza, decepción o malicia, y seducir al pueblo ruso y alejarlo del Verdadero Camino.

Éste no es sólo un tema interesante y edificante para el historiador de la Iglesia, sino también un tema actual que obliga a cada jerarca, a cada sacerdote, a cada cristiano ortodoxo y a todos aquellos para quienes el concepto  de  “Rusia”  y “Ortodoxia”  son sinónimos, a seguir atentamente las propuestas recurrentes y actuales desde el Vaticano hacia Moscú y la Ortodoxia.

El tema en cuestión está lejos de ser abstracto o puramente científico. Por esta razón trataremos de usar la experiencia del pasado, para explicar adecuadamente porqué es uno de los fenómenos más importantes para el futuro de Rusia, la Tercera Roma. Debemos de tener en cuenta que de acuerdo a la enseñanza ortodoxa, no existe el concepto de alumno y maestro [es decir, el papa y el pueblo como en la teología romana]. La responsabilidad de la pureza de la fe y la preservación  de  la  Iglesia  está en  la conciencia de todos los cristianos ortodoxos. 

El actual año jubilar del Milenio de la Santa Rusia nos muestra un claro ejemplo de los intentos del Vaticano de entrometerse en el más grande de los acontecimientos de la Iglesia rusa. Imaginamos que durante los últimos dos años, la mayoría de los ortodoxos han estado siguiendo con agitación y alarmados los esfuerzos de la curia del Vaticano y del papa, para que el “Vicario de Cristo” fuera invitado a las ceremonias [en Rusia], y muy probablemente, fuera el centro de atención1.

Es muy interesante observar todo tipo de desinformación que ha circulado con respecto a este evento. Más de una vez los llamados “círculos bien informados”, han lanzado a través de diversos canales de los medios de comunicación, rumores falsos, en el sentido de que se estaba llegando a un acuerdo [para invitar al papa], o sería pronto, tal vez poniendo a Moscú en una posición difícil, de modo que, a la luz de estos hechos, les fuera difícil negarse.

Recordemos que hasta el último momento el papa propuso la publicación de dos “mensajes apostólicos” – uno en llamamiento a los ortodoxos rusos, y el otro dirigido a los uniatas ucranianos –, lo que dejó a todas las opciones del Papa susceptibles a cambios de sus contenidos en el caso de que a último minuto, contra toda evidencia contraria, hubiera un cambio de posición por parte del Patriarcado de Moscú2. A pesar de todo, sus esperanzas no se volvieron realidad y el 22 de marzo de 1988 Juan Pablo II publicó su encíclica sobre la ocasión del Bautismo de la Rus: Euntes Et Mundus (Id por todo el mundo). Fuentes confiables dicen que había sido editado a finales de 1987 y se firmó el 15 de enero.

En otras palabras, estuvo reposando en la “bandeja de salida” durante tres meses enteros. El mensaje expuesto en parte, con tensa reserva resumía aquello que ha sido dicho, escrito y repetido muchas veces, y era la razón por la cual la Iglesia Romana no podía quedarse al margen de este gran acontecimiento. El Gran Príncipe Isoapóstol Vladimir bautizó a la nación rusa en las aguas del Dniper en el año 988. El papa y los de mente como él nos aseguran que esto sucedió, antes de la división de la Iglesias, es decir antes de la caída de Occidente de la Iglesia en 1054.

Por un lado, se podría preguntar a quién el Vaticano espera engañar con tales trucos, pero que por el otro lado se puede observar aquí el límite [máximo] del formal razonamiento occidental. Incluso si le permitimos a Néstor, el cronista de la tierra rusa, alguna licencia poética en sus embellecimientos en la descripción de la elección de una religión por parte de los emisarios de San Vladimir, quién puede negar seriamente que los paganos rusos, mediante la persona de su príncipe, eligieron el cristianismo bizantino pese  a  que  tenían  la  posibilidad  de  elegir  cualquiera  de  las  religiones  existentes, incluyendo cualquiera de los diversos caminos dentro del cristianismo. Así es que el príncipe rechazó deliberadamente al cristianismo romano. La Iglesia romana había apostatado del antiguo Cristianismo, preservado en la Ortodoxia, mucho antes de 1054, una fecha que se usa simplemente por convención, pero que en realidad es insignificante. Juan Pablo II estaba repitiendo al punto de que había extendido su encíclica del 2 de Julio de 1985, Salvaorum Apostoli  (Apóstoles de los eslavos), que la misión apostólica de los santos hermanos Cirilo y Metodio se llevó a cabo presuntamente bajo el omophorion tanto de Constantinopla como de Roma. A partir de esto, el papa llega a la conclusión directa de que todos los eslavos, y entre ellos los rusos, siguen en deuda con la Iglesia Romana. Por ello,  ¡el jefe de la iglesia Romana considera estar en su deber sagrado de ser benefactor de los rusos y demás eslavos!

A pesar de todos los esfuerzos políticos, psicológicos y diplomáticos, el Patriarcado de  Moscú se mantuvo en su terreno y no cedió  a  la  seducción.  Si  con  frecuencia, totalmente justificados, reprendemos a la iglesia oficial de Moscú por motivo de su intolerable  compromiso  e  implicación  con  las  poderes  ateos  y  por  su  implicación, desafortunadamente, cada vez mayor en el movimiento ecuménico, deberíamos, sin embargo, regocijarnos cuando la cautiva jerarquía de Moscú, logra resistir la embestida de la influencia católica. A pesar de que en el presente caso, la resistencia no era tanto por un sentimiento de defensa de la Ortodoxia, sino más bien como hostilidad hacia el uniatismo, que el actual Papa (Juan Pablo II) abierta y secretamente apoya como el mejor camino para la reconstrucción de la unidad cristiana.

Sobre los esfuerzos ecuménicos de hoy, leemos la carta de Juan Pablo II (19 de marzo de 1979) al ya fallecido Cardenal Slipij, de los uniatas ucranianos, “no se puede suprimir ni disminuir el significado y los beneficios realizados en el siglo pasado para la reconstrucción de la unidad de la Iglesia, que produjo tan benditos frutos. Vuestra iglesia se manifiesta como testimonio de esta verdad. Sin lugar a dudas, el espíritu ecuménico actual debería reconocer y mostrar especial respeto a su iglesia”.

Después de medio siglo de silencio por parte del Vaticano sobre el uniatismo, el giro inesperado de Juan Pablo II que nos retrotrae bruscamente a la época oscura y militante de Pío XI, debería hacernos recordar las palabras de alto vuelo del Papa Urbano VIII, pronunciadas poco menos de cuatro siglos atrás, en los primeros años de la propagación forzada del uniatismo. “¡Oh mi Rusiny! Por medio ti espero obtener el Este”3 . No se podía expresar mejor la esencia y el profundo significado del uniatismo en la conspiración contra la ortodoxia rusa. No hay mejor explicación para la fuerza líder del catolicismo, incluso si está cubierta por sonrisas y estrechamiento de manos de una madre falsamente amorosa, o sale abiertamente y sin cambios, persiguiendo durante siglos el mismo objetivo, la conquista de las almas ortodoxas. El objetivo sigue siendo el mismo, sólo cambian los medios para obtenerlo.

Tal vez haya algunos que no compartan nuestra posición en cuanto al catolicismo romano y no entiendan completamente porqué nos ha parecido que la presencia del Papa en Rusia para sus celebraciones enteramente nacionales hubiera sido intolerable. No entender esta situación sólo puede ser el resultado de la ignorancia sobre los hechos históricos que exponen la verdadera intención y acciones del catolicismo. El Vaticano, en gran medida, depende de esta ignorancia.

En  el  marco  de  esta  corta  lectura,  naturalmente  no  podemos  ofrecer  una presentación  exhaustiva  de  todos  los  hechos  de  fricción,  agresión  y  hostilidad  del Vaticano en relación con Rusia. Hay demasiada evidencia [en apoyo a esta declaración de hostilidad] en las dos siguientes obras impresas en ruso: “El Rito Oriental” de K.N. Nikolaev4 y “La Iglesia, Rusia y Roma” de N.N. Voiekoff5 .  De acuerdo a la expresión de A.S. Khomyakov, uno de los hijos más eminentes de Rusia en sus 1000 años de Historia, el odio religioso del catolicismo en lo que se refiere a la ortodoxia se puede ilustrar con cuatro ejemplos, tomados de cuatro períodos históricos diferentes:

1. La actividad de Josafat Kuntsevich en relación con la aparición de la Iglesia Uniata.

2. La “cuestión oriental” y los años de liberación en el siglo XIX.

3. El llamado “rito oriental”, como un nuevo medio de batalla contra la ortodoxia, lo que resulta como consecuencia del derrocamiento del poder zarista ortodoxo.

4. Los intentos de un acuerdo, en los últimos diez años, con las autoridades soviéticas sobre las ruinas de la Iglesia Rusa.

Recordemos las conversiones masivas forzadas al catolicismo romano  en Polonia durante el período comprendido entre las dos guerras mundiales, así como el genocidio de 700.000 serbios ortodoxos entre 1941 y 19456, que tuvo lugar en el “Estado independiente” católicorromano militante. “Los ortodoxos de Croacia se vieron obligados a llevar la letra cirílica П equivalente al fonema que en el alfabeto latino se escribe “P”7 , de ‘pravoslavets’ u ortodoxos, como los judíos que fueron obligados a llevar la estrella de David durante la Segunda Guerra Mundial.” (¿?) Esta es una prueba inequívoca de que los serbios fueron exterminados por católicos militantes y brutales croatas simplemente por pertenecer a nuestra Sagrada Iglesia Ortodoxa. El arzobispo católico de Zagreb, Stepinac, mostró una completa indiferencia a esta actitud y fue elevado incluso al rango de cardenal por Pío XII, que silenció totalmente este asunto.


La Cuestión Uniata

Existe una gran controversia concreta sobre esta cuestión. Primero vamos a añadir que las autoridades soviéticas deben de ser censuradas por victimizar a los uniatas, tal como deberían de ser censurados por someter a otras confesiones a una victimización similar. Sin embargo, esto no quiere decir que los ortodoxos rusos deban de tener un complejo de culpa por esto, algo que se insiste y que se inculca en sus corazones y almas por los diversos medios de opinión publica. Cuando presión similar proviene de periódicos emigrados que han perdido por completo todo sentimiento de nacionalidad es de hecho un acontecimiento triste, pero del que ya estamos acostumbrados. Lo que es aún más triste y completamente inaceptable es cuando un pastor cae en tentación, poniendo a la vanguardia de su pensamiento a los famosos y autoproclamados “derechos humanos” en la batalla en contra del “culto a la personalidad”.

La conexión con la cuestión uniata, las condiciones y el contexto en el que se impulsó la Unia de 1595-96 y los años posteriores deben de ser traídos firmemente a la mente. Seis obispos apóstatas, dirigidos por Mikhail Ragoza, iniciaron un movimiento puramente clerical, totalmente separado del pueblo, sin ninguna consideración por la tradición [y por lo tanto ilegales]. No debemos olvidar tampoco la ilegalidad y persecución flagrantes  a  las  que  los  confesores  del  pueblo,  organizados  dentro  de  las  famosa shermandades, fueron sometidos. Tampoco podemos perder de vista el hecho que la “Fe Griega” [la Ortodoxia], existente en el territorio polaco de Lituania no fue reconocida como lícita y, a juzgar por los hechos, estaba fuera de ley. Esto dio a los pany (señores o aristócratas polacos) el derecho a disponer ilegalmente de los bienes de la Ortodoxia, para darles sus iglesias y catedrales a los uniatas o incluso para arrendarlas a los judíos. (¡!)

En otras palabras, debería de ser claro que si los uniatas están sufriendo ahora es por su culpa de hace cuatro siglos, conectada con el falso concilio de 1595 y el “grupo de iniciativa” de 1946. En el pasado eran las autoridades católicas y los aristócratas polacos los que perseguían a los ortodoxos que no reconocía la Unia, y ahora las autoridades soviéticas son las que persiguen a los uniatas que no acaten las decisiones del Consejo de Lvov de 1946.  No son los buenos ortodoxos los que persiguen a los uniatas, sino los comunistas ateos. Esto, sin embargo   no nos debería impedir regocijarnos de que la mayoría de los fieles que fueron apartados de la grey ya hayan regresado. Hoy en día por alguna razón, el arrepentimiento es demandado insistentemente por la Ortodoxia conjuntamente   con   el   liquidamiento   del   uniatismo   en   la   Rusia   soviética.   Pero preguntamos, ¿cuándo expresó alguno de los papas romanos su arrepentimiento concerniente a la usurpación de los derechos de los ortodoxos, y de todos los crímenes cometidos en contra de ellos por el uniatismo? Ninguno de los papas expresaron alguna vez su arrepentimiento, incluido el presente Juan Pablo II, que no deja pasar ocasión para alabar  al  monstruo Josafat  Kuntsevich,  considerado  por  el  Vaticano  como  un hieromártir8 .

La misma conmemoración de la más malvada de estas personalidades es inconcebiblemente escandalosa. Recordar su apellido es sí mismo un "casus belli”, un motivo de guerra. Justo antes de “su fin mártir”, que tuvo lugar el 12 de noviembre de 1623 en Vitebsk, Kuntsevich ordenó la eliminación de los ortodoxos muertos exhumando sus  cuerpos y arrojándolos a los perros.  En toda  su  diócesis  de  Polotsky,  tanto  en
Mogilyov como en Orsha, saqueó y aterrorizó a los ortodoxos, quemando y cerrando iglesias. Las elocuentes demandas fueron llevadas a los jueces y a la cámara baja del parlamento polaco. La condena más convincente sobre carácter de Kuntsevich se encuentra en una carta fechada el 12 de marzo de 1622, un año y medio antes de su muerte, enviada por el canciller lituano Leo Sapiega, claramente católico romano y representante del rey polaco: “Por irreflexiva violencia usted oprime al pueblo ruso y lo urge a revelarse. Usted está al tanto de la censura a la gente sencilla, la que estaría mejor en el cautiverio turco que padeciendo persecuciones por la fe y la piedad. Usted escribe que libremente ahoga a los ortodoxos, les corta la cabeza y profana sus iglesias. Usted cierra sus iglesias, para que la gente, sin piedad y ritos cristianos, sean sepultados como no cristianos. En lugar de júbilo, su astuto uniatismo sólo nos ha traído calamidad, convulsión y conflicto. Preferiríamos estar sin esto. Estos son los frutos de su uniatismo”9.

Recordemos que estas palabras no son las fantasías o calumnias de un ortodoxo irascible por fanatismo, sino el contenido de una carta histórica del jefe de un Estado católico, el Canciller del Gran Ducado de Lituania, escrita en nombre del Rey polaco a un tumultuoso obispo uniata. En la misma carta y con gran clarividencia Leo Sapiega escribe: “Hubiera sido mejor que no nos generara luchas y odios a escala nacional y que, en cambio, nos preservara de la condena del país entero”.

Al llegar a Vetebsk el 12 de noviembre de 1623, con una banda de sus secuaces, Kuntsevich   procedió   a   derribar   las   tiendas   donde   los   ortodoxos   secretamente contemplaban sus servicios divinos.  Uno de los diáconos  de  Kuntsevich  atacó  a  un sacerdote ortodoxo. La multitud cuya paciencia se había agotado se volvió contra Kuntesvich, quien personalmente conducía este pogrom, golpeándolo con palos y piedras hasta la muerte. Su cuerpo mutilado fue colocado en una bolsa y arrojado al río Diva. Tal fue el final sin gloria de la vida terrenal de este supuesto “apóstol de la unidad” como se atrevió a llamarlo descaradamente nada menos que el papa Juan Pablo II. ¿Y antes de Juan Pablo? Pío IX el 29 de junio de 1867 ya glorificaba a Josephat Kuntsevich como santo. En 1923, con motivo del 300 aniversario de la muerte de Kuntsevich, Pío XI publicó la encíclica Eclesiam Dei (La Iglesia de Dios)10 en la que se denomina “hieromártir” a Kuntsevich, una “persona justa”, y en donde se dice que tal ejemplo de “vida santa” debería ayudar a unir a todos los cristianos.

El 25 de noviembre de 1963, durante el mandato de Pablo VI, los restos de Kuntsevich fueron llevados a Roma y depositados en la basílica papal de San Pedro, en donde ahora “descansa” bajo el altar de San Basilio el Grande, cerca de las reliquias de los santos Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo11. Juan Pablo II, sin ningún tipo de remordimiento y al mismo tiempo despreciando la verdad histórica con el fin de satisfacer sus intereses mezquinos en una lucha contra la Ortodoxia, no tiene miedo de hablar de la “noble personalidad” de Josefat, “cuya sangre derramada para siempre ha fortificado la gran obra de la Unión”. En su mensaje Magnum Donum Baptismi (el gran don del Bautismo), a su rebaño ucraniano, publicado el 19 de abril de 198812, no rectifica ni una sola palabra de la ya establecida representación [falsa] del Uniatismo y de las acciones de Kuntsevich.

Al mismo tiempo, la comunidad católicorromana sigue demandado a los ortodoxos ciertos actos de arrepentimiento y disculpas por daños perpetrados contra ellos, así como por la relación poco amistosa y poco cristiana.


La Cuestión de Oriente

En lo que respecta a las relaciones internacionales, el siglo XIX transcurrió por entero bajo el estandarte de la cuestión de Oriente. Los enemigos de Rusia, tanto en el pasado como en el presente siguen tildando y etiquetando los esfuerzos de Rusia del siglo XIX como nada más que imperialismo. Mientras que no es totalmente excluyente la posibilidad de que Rusia tuviera intereses políticos en la guerra de Crimea, no obstante somos conscientes del hecho que, tanto para los rusos como para sus gobernantes, la guerra con Turquía se libró para liberar a los cristianos ortodoxos que se encontraban cautivos.  Se  aceptó  como  deber  de  conciencia,  como  misión  dada  por  la  Divina Providencia a Rusia, que por entonces era el gobierno más poderoso. Acciones nobles rara vez se ven en las relaciones internacionales y por tanto no se entienden fácilmente. A la guerra contra los turcos infieles, Rusia la entendía como una batalla entre el bien y el mal. Rusia realizó sacrificios, pero también tuvo éxito durante las batallas para liberar a los eslavos, que compartían la misma fe y que habían languidecido cinco siglos bajo la opresión turca. Hoy mismo en la plaza central de Sofía, la capital búlgara, se erige un gran monumento al Zar Libertador Alejandro II y a todos los valientes guerreros rusos. La flota rusa también tomó parte en el compromiso en Navarinsk en 1827, y en los acontecimientos que siguieron, los cuales desembocaron en la liberación de la Grecia ortodoxa en 1830. El sueño más preciado de liberar a Constantinopla, sin embargo, no se realizó. Se puede vislumbrar que la humanidad debe este triste hecho en gran medida al Vaticano.

Hasta ahora, la guerra de Crimea y toda la “cuestión oriental”, ha sido explicada por los historiadores en términos de consideraciones humanas, políticas e intergubernamentales, pero sin mencionarse el papel del Vaticano. Este último fue la fuerza instigadora detrás del infame hecho que hizo que Inglaterra y Francia se convirtiesen en aliados de los turcos infieles contra la Rusia ortodoxa. Aunque el Vaticano no tuviera un verdadero ejército para hablar  de él,  esto  se compensó con  abundantes  consejeros  y agentes influyentes secretos y todo un ejército de clérigos diseminados por todo el mundo. Para corroborar esto, citamos las palabras del arzobispo de París, el cardenal Sibor, las cuales pronunció en el inicio de la guerra de Crimea, “es un acto sagrado, un acto agradable a Dios,  repeler  la herejía  de Focio [Ortodoxia], subyugarla y destruirla  con  una  nueva cruzada. Éste es el claro objetivo de la cruzada de hoy, aun si todos sus participantes no estuvieran plenamente conscientes de ello. Tal fue el objetivo de todas las cruzadas. La guerra que Francia está preparando para librar contra Rusia no es una guerra política sino una guerra santa. No es una guerra entre dos gobiernos o entre dos pueblos, sino que es precisamente una guerra religiosa, y las demás razones  presentadas son  solamente pretextos”13 La verdad no podría ser más clara. Khomyakov muy perspicazmente señala que los antepasados de los católicos romanos quienes hace mucho tiempo atrás habían cometido “fratricidio moral” por cambiar unilateralmente el Credo, inevitablemente recurrirían al “fratricidio físico”14.

Dostoyevsky pone de manifiesto que el cardenal Sibor no fue el único guerrero en el campo de batalla cuando el escribe con tanta franqueza sobre la conspiración católicorromana. “El catolicismo romano militante se pone salvajemente del lado de los turcos. Por el momento, no hay enemigos más salvajes aborrecedores de Rusia que estos clérigos militantes. No fue solo algún prelado, sino también el mismísimo papa, que en voz alta y con júbilo habló de “la victoria de los turcos” y predijo “un fatídico futuro” para

Rusia en diversas reuniones del Vaticano. Este anciano moribundo, “cabeza de la Cristiandad”, no se avergonzó de admitir en público que cada vez que oía hablar de una derrota rusa experimentaba alegría”15.

Estas palabras de Dostoyevsky se hallan en concordancia con las declaraciones de Khomyakov, citadas arriba, cuando habla del odio religioso a la Ortodoxia: “En las confesiones occidentales, en el fondo de cada alma descansa una profunda hostilidad hacia la Iglesia de Oriente.” Esta afirmación puede ser fácilmente respaldada por el ejemplo de la guerra de Crimea, en donde “un campamento está constituido por personas que confiesan la Ortodoxia y el otro campamento lo constituyen romanos y protestantes unidos en torno al Islam”16.


El “Rito Oriental” y  la Revolución Bolchevique

Los  pronunciamientos  hostiles  por  parte  de  los  prominentes  líderes  católicos romanos sobre Rusia son tan numerosos y patentes, que ya nadie los puede negar. El poder de la ortodoxia zarista era el baluarte que aplastaba el sueño y las pretensiones del Vaticano de “catolizar” las almas rusas. Cada giro y convulsión en la vida política y social de Rusia fue seguida con gran interés. La derogación de la servidumbre en 1861, así como el aumento del nihilismo y la anarquía dio mucha esperanza [al Vaticano]. “Sólo una revolución será capaz de ayudar a la Iglesia”17, fue la opinión del nuncio Meglius en 1868. Tan pronto como fuera declarado el “Manifiesto Imperial de la Tolerancia” el 17 de junio de 1905, fue que Roma comenzó a extraer y hacer uso de todas las ventajas que fueron contenía este manifiesto el cual daba libertad de conciencia a todos los ciudadanos rusos.

Sin embargo, el papa Pío X (que fue canonizado en 1954) pronunció en vísperas de la Primera Guerra Mundial, “Rusia es el mayor enemigo de la Iglesia [romana]”18. Por lo tanto, no es sorprendente que el mundo católico romano haya saludado con júbilo a la Revolución Bolchevique. “Después de los judíos, los católicos hicieron más que nadie para  organizar  el derrocamiento  del poder  zarista.  Al menos,  no  hicieron  nada  para detenerlo”19. Sin pudor y con gran franqueza Roma escribió tan pronto como se hacía evidente la “victoria” bolchevique: “hubo un incontenible placer por la caída del gobierno zarista  y  Roma  no  perdió  el  tiempo  en  entrar  en  negociaciones  con  el  gobierno soviético”20. Cuando a un dignatario del Vaticano se le preguntó porqué el Vaticano estaba en contra de Francia durante la Primera Guerra Mundial, exclamó: “La victoria de la Entente aliada con Rusia habría sido una catástrofe tan grande para la Iglesia Católica Romana como lo fue la Reforma”21. El papa Pío trasmitió ese sentimiento a su manera típicamente abrupta: “Si Rusia es victoriosa, entonces el Cisma es victorioso”. Como podemos ver, la Primera Guerra Mundial fue solamente otra cruzada para el Vaticano.

A pesar de que el Vaticano se había preparado mucho tiempo para la caída del la caída del  zarismo,  el  colapso  del  Imperio  Ortodoxo  Ruso  lo  tomó  desprevenido.  Muy rápidamente entró en razón. El colapso de Rusia todavía no significaba que Rusia pudiera volverse católica romana. Para ello, un nuevo plan de ataque era necesario. Al darse cuenta de que no sería tan difícil para un inglés hacer proselitismo en Irlanda como para un polaco en Rusia, el Vaticano comprendió la necesidad de encontrar un método de batalla totalmente diferente con la Ortodoxia, lo que sin dolor y sin levantar la menor sospecha, haría caer en la trampa y subordinaría al pueblo ruso al papa romano. Este maquiavélico esquema fue la aparición del denominado “rito oriental”, por el cual sus defensores entendían como “el puente por el cual Roma entrará en Rusia”, para citar una acertada expresión de KN Nikolayev22.

Esta  traicionera  trampa  que  se  puede  comparar  a  un  barco  que  navega  bajo bandera falsa, tuvo éxito muy pronto, durante los primeros años posteriores al establecimiento del poder soviético. Esto ocurrió en la Rusia bañada de sangre y en el extranjero, en donde las febriles actividades se iniciaron entre los migrantes desafortunados (por la Revolución Bolchevique), tales como encontrarles sus trabajos, ponerles sus situaciones migratorias en regla, y abrir escuelas de idioma ruso para ellos y sus hijos.

No se puede negar que hubo casos de ayuda desinteresada, pero en la inmensa mayoría de los casos, este trabajo caritativo tenía un objetivo confesional apenas disimulado, para atraer por diversos medios a los refugiados a lo que a primera vista parecían ser verdaderas iglesias ortodoxas, pero que al mismo tiempo conmemoraban al papa. ¿Quién puede decir qué vestigios, qué clase de estampa indeleble, permaneció en las almas, los pensamientos y las acciones de aquellos que una u otra vez se pusieron en contacto con este movimiento?

En Rusia, el experimento con el “rito oriental”, duró más de diez años. En Occidente aún se puede topar uno, ocasionalmente, con uno de los “centros orientales” católicorromanos. De ellos, el monasterio benedictino de Chavetogne en Bélgica sigue siendo el más viable. Sus objetivos y posibilidades ya no son tan nobles como en el siglo pasado. Ahora son una especie de museo, un testimonio histórico del pasado. Si hubiera que hablar de su influencia actual sería en el campo editorial.

Independientemente de la cara inofensiva que este movimiento parece presentar hoy, setenta años atrás soñaba, bastante francamente, con tragarse a la Ortodoxia rusa. Fue un jesuita, el obispo francés D’Erbigny, quien fue autorizado especialmente por el papa para llevar a cabo las negociaciones con el Kremlin para una amplia difusión del catolicismo  romano  en  la  Unión  Soviética  y  al  mismo  tiempo  la  suplantación  de  la Ortodoxia en Rusia y en las almas rusas23.

Con  esto  en  mente,  D’Erbigny  viajó  tres  veces  a  la  Unión  Soviética  con  un pasaporte diplomático francés. Consagró a varios jerarcas católicos romanos con el objetivo de construir un grupo de clérigos católicos rusos que serían aceptables para las autoridades soviéticas. Escuchemos el límite de la abierta amoralidad de la que estos clérigos fueron capaces: “El bolchevismo está liquidando sacerdotes, profanando iglesias y lugares sagrados, y destruyendo monasterios. ¿No es en esto en lo que radica la misión religiosa del irreligioso bolchevismo: en la desaparición de los portadores del pensamiento cismático, mientras se prepara una ‘tabla rasa’ que nos da la posibilidad de la recreación espiritual?”24. Para aquellos a quienes no les queda claro a qué tipo de reconstrucción espiritual se refiere precisamente el monje benedictino Crisóstomo Bayer, sus pensamientos pueden ser amplificados por el diario católico vienés oficial: “El bolchevismo está creando la posibilidad de conversión de la estancada Rusia al catolicismo”25.

Nada menos que el ex jerarca de los rusos católicos, Leonid Feodorov quien, cuando lo intentó  en  marzo  de  1923  junto  a  otros  catorce  clérigos  y  un  laico,  testificaba patéticamente la sinceridad de sus sentimientos en relación a las autoridades soviéticas, las que -Feodorov pensó luego- no entendían lo que podría esperarse por parte del catolicismo romano. Él explico: “Desde el momento que me entregué a la Iglesia Católica Romana, mi preciado sueño fue reconciliar a mi patria con esta iglesia, que para mi es la única  verdadera.  Pero no fuimos comprendidos  por  el gobierno.  Todos  los  católicos latinos dieron un suspiro de alivio cuando la Revolución de Octubre se llevó a cabo… Yo mismo saludé con entusiasmo el decreto sobre la separación de la Iglesia con el Estado… Sólo bajo el dominio soviético, cuando la Iglesia y el Estado se separaron, pudimos respirar libremente. Como creyente religioso, yo vi en esta liberación la mano de Dios”26. No perdamos de vista el hecho de que todas estas declaraciones de los católicorromanos, quienes fueron bastante amables con los soviéticos, fueron pronunciadas en un período en el cual los soviéticos estaban tratando de erradicar a la Iglesia Ortodoxa. Teniendo en cuenta que la diplomacia del Vaticano adhiere al principio de que el fin justifica los medios, lo que se ilustra a lo largo de sus muchos siglos de historia, el juego que el Vaticano ha estado jugando con Moscú debería entenderse claramente. La esencia del asunto es que Rusia se convirtió en un sacrificio para dos principios hostiles a ella, el catolicismo y el comunismo ateo, que están juntamente atraídos por una curiosa coincidencia de intereses. Moscú se da cuenta de que la erradicación de la fe del alma rusa es una tarea imposible27. En tanto que la Iglesia rusa se mantuvo fiel a sí misma, intransigente al poder ateo, atestiguando la incompatibilidad fundamental entre los principios cristianos y los comunistas, los líderes soviéticos estaban listos por dos razones para estudiar gentilmente la variante que se les ofreció del catolicismo romano. De esta manera, esperaban manipular la religiosidad del alma rusa28.

La primera razón es la impecable lealtad del catolicismo al régimen comunista, reiterada muchas veces, tanto en la URSS como fuera de ella. En segundo lugar, era ventajoso para el Kremlin, o simple un entretenimiento, que fueran apagadas las necesidades religiosas de los rusos por parte del viejo enemigo de la Ortodoxia.  Por su parte, los católicos estaban dispuestos a cerrar los ojos ante todas las atrocidades del bolchevismo, incluido el fusilamiento del obispo católico Butkevich en abril de 1923 y el encarcelamiento de los obispos Tseplyak, Malyestsky y Feodorov. ¡Seis semanas más tarde, el Vaticano expresó su pesar por el asesinato del agente soviético Vorovsky en Lausanne! El comisario de Relaciones Exteriores del Pueblo le dijo al embajador alemán: Pio XI fue amable conmigo en Génova, expresando la esperanza de que nosotros [los bolcheviques]  pudiéramos  quebrar  el  monopolio  de  la  Iglesia  Ortodoxa  en  Rusia,
despejándole así el camino a él”.

Hemos descubierto información de mayor importancia en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Un telegrama secreto de número 266 del 6 de febrero de 1925 desde Berlín indicaba que el embajador soviético Krestinsky le dijo al cardenal Pacelli (futuro Pío XII) que Moscú no se opondría a la existencia de obispos católicos romanos y un metropolita en el territorio ruso.   Seis días más tarde, en el telegrama secreto  número  284  se  habló  sobre  la  autorización  de  la  apertura  de  un  seminario católico.  De  esa  manera,  mientras  que  nuestros  sagrados  Nuevos  Mártires  estaban siendo aniquilados con una crueldad increíble, el Vaticano estaba llevando a cabo negociaciones secretas con Moscú. En resumen, Roma trató de obtener permiso para nombrar los obispos necesarios y e incluso el permiso necesario de abrir un seminario. Nuestra evidencia muestra que esta cuestión se discutió una vez más en las altas esferas del Vaticano en el otoño de 1926. Con toda probabilidad, no se había resuelto satisfactoriamente antes. Esto podría ser visto como la culminación de las relaciones extrañamente estrechas entre el Vaticano y el gobierno soviético.

El 29 de Julio de 1927 es considerado como uno de los días más tristes y mortales en la historia de la Iglesia Ortodoxa Rusa. En ese día, el metropolita Sergio (Statogorodsky), supuestamente en nombre de la Iglesia, escribió una perniciosa declaración a favor de las directrices de los poderes ateos. Firmó la declaración, aunque no estaba autorizado para hacerlo, y entró en conflicto con sus hermanos obispos, recibiendo la abrumadora oposición de ellos, sentando así las bases de la llamada “Iglesia soviética”. No vamos a discutir aquí este acto inmoral, cuyas consecuencias todavía se sienten setenta años más tarde. Sólo basta decir que su inesperado e indirecto resultado fue que Moscú puso fin a las negociaciones y a las ofertas del Vaticano. De todos modos, esto no reduce la inmoralidad de la línea política del Metropolita Sergio. Sólo podemos decir que ni él, ni sus seguidores, ni sus oponentes, jamás sacaron este hecho a la luz, ya sea   en   defensa   o   denuncia.   Reiteramos   esta   consecuencia   positiva,   aunque absolutamente accidental y secundaria de sus censurables actos, no puede servir de justificación a una explicación sobre la política del Metropolita Sergio29.

La restitución [en apariencia] de la Iglesia Ortodoxa Rusa tradicional, neutralizada como estaba, parecía más útil a las autoridades soviéticas que el Vaticano. A partir de entonces,  los  soviéticos  perdieron  interés  en  el  Vaticano.  Sólo  a  finales  de  1929  y principios de 1930, el Vaticano finalmente admitió que había sufrido una derrota política y comenzó a condenar a gritos los crímenes de los bolcheviques. Sólo en 1937 el papa Pío XI emitió la encíclica Divini Redemptori (Divino Redentor), que denunciaba al comunismo.

En nuestra introducción a esta lectura dijimos que no era solamente un ensayo histórico, sino también oportuno. En 1937, cuando el Vaticano rompió abiertamente con Moscú, la Iglesia rusa había soportado ya veinte años de terror leninista, de terror estalinista y hubo muchas más décadas de terror, en las cuales se derramaría en la batalla contra las autoridades soviéticas aborrecedoras de Dios. Hasta hoy mismo, la Iglesia sigue soportando la persecución y la limitación de sus derechos fundamentales. En la década de 1930 la única mejora fue que la Iglesia Ortodoxa Rusa tenía solo un enemigo, ¡pero qué enemigo! Desde que el enemigo, de hecho, era el comunismo teomaquista, la defensa en contra las maliciosas pretensiones de los católicos romanos, intentando engañar a la grey, podía ser secundaria. Varias semanas antes de su final como mártir, en julio de 1922, San Benjamín de Petrogrado dijo al exarca católico romano Leonid Feodorov: “Usted nos ofrece la unificación… y todo el tiempo sus sacerdotes latinos, a espaldas de nosotros, siembran la ruina entre nuestra grey”30. Algunos de los mejores clérigos lucharon hasta el final, confesando  la  pureza  de  la  Ortodoxia  y su incompatibilidad con el comunismo. Otros pensaban que bajo compromisos y mentiras se podría “salvar” a la Iglesia. El resto simplemente vendió a la Iglesia y sus intereses a cambio de un “plato de lentejas”.

Con  la  llegada  de  Gorbachov  al  poder  y  la  introducción  de  la  tan  aclamada introducción de la “perestroika”, notamos un cambio en el curso de los acontecimientos de nuestra  sufrida  patria.  No  entraremos  en  un  análisis  político  de  todo  lo  que  está sucediendo delante de nuestros ojos. Sólo diremos que gracias a Gorbachov, o mejor dicho, a pesar de Gorbachov, algo está sucediendo, el hielo se está derritiendo. No podemos decir a qué conducirá este proceso. Sólo notamos que todo esto está teniendo lugar en el año jubilar de la Declaración del Milenio de la Santa Rusia, y sin lugar a dudas por la intercesión de los recientemente glorificados Nuevos Mártires junto con el Zar Mártir Nicolás II.

También debemos notar que los ortodoxos rusos no son los únicos que están siguiendo los acontecimientos de Rusia. El enemigo tampoco duerme. A pesar de los numerosos intentos el papa Juan Pablo II, no pudo participar personalmente de nuestro jubileo. Un evento debió de ocurrir, que a nuestro juicio puede tener consecuencias a largo plazo. Tenemos en mente el encuentro entre Gorbachov y el cardenal Cassaroli al final de las festividades de Moscú en julio de 1988. El Cardenal Cassaroli es el Secretario del Estado del Vaticano y por lo tanto el segundo jefe.  Muchos católicos lo miraron con desconfianza. Él fue el espíritu de la “política oriental” vaticana bajo Juan XXIII y Pablo VI. Fue también un amigo cercano del fallecido metropolita de Leningrado, Nikodim (Rotov). El Catolicismo Romano es famoso por su política sin principios. Mucha gente se maravillaba ingenuamente de porqué en el mensaje papal con motivo del Milenio, no hubo juicio de la persecución a la que los fieles seguían siendo sometidos en la URSS31. Y agregamos esto: a pesar del hecho de que a los católicos romanos les guste celebrar jubileos,  el  quincuagésimo  aniversario  -acaecido  en  1987-  de  la  encíclica  Divini Redemptoris, que denunció al comunismo, pasó desapercibido. El vigésimo aniversario de la encíclica relativamente nueva Populorum Progresso (sobre la doctrina social de la Iglesia romana), sin embargo, estuvo marcado por mucha fanfarria32.

En otras palabras, se está preparando el trabajo de campo y vale la pena ser cauteloso de la más mínima palabra a la dirección soviética actual. Volviendo a la agenda del  cardenal  Cassaroli,  se  puede  ver  que  lleva  un  mensaje  político.  Afirmar  que  el Vaticano está siguiendo la “Perestroika” con gran interés, que tiene [en su opinión] una base cristiana, Cassaroli triunfantemente dio un mensaje secreto de Juan Pablo II a Gorbachov. El catolicismo romano, en general ama a los secretos. No es difícil para nosotros adivinar el probable contenido del mensaje secreto, la garantía del apoyo total por parte del Vaticano a la “Perestroika”, la legalización de la Iglesia uniata, lo que está comenzando a suceder, y en general una revaluación del destino del catolicismo en la URSS.  ¿No  es  esto  una  restauración  simbólica  de  las  relaciones  entre  Moscú  y  el Vaticano, que se habían roto en 1927? En otras palabras, al no haber conseguido salirse con la suya a través de la jerarquía de la Iglesia, por medios directos, el Vaticano sueña con lograr su objetivo a través de las autoridades soviéticas, el cual “no interfiero en la continuación de las relaciones ecuménicas con el Patriarcado de Moscú. Seguiremos los discursos y futuros viajes del papa. Es sabido que Gorbachov está planeando un viaje a Italia. Llegado el caso, se le ofrecerá a Gorbachov una audiencia con el Vaticano. ¿Bajo tales condiciones, Gorbachov puede rechazar una nueva visita a la persona que le dará, delante del mundo entero, un certificado de respetabilidad?

Para tal fin, el Vaticano extiende su mano generosa de ayuda, protección y compasión hacia los perseguidos. Por desgracia, muchos están listos para aprovechar esta mano. Deseamos que todos los ortodoxos de la “Patria y dispersos en la diáspora” tengan en cuenta estos hechos históricos que se han dado a luz, no por causa de venganza, sino por el futuro de Rusia. Un amigo cuestionable puede ser mucho peor que un enemigo declarado.

Dejemos que la declaración del Metropolita Anthony (Khrapovistky) de bendita memoria, sirva de ejemplo para todos. El fundador de la Iglesia Rusa en el Extranjero, el Metropolita Antony, fue un eminente teólogo y un verdadero padre de la Iglesia en nuestro tiempo. En esta declaración, que fue escrita el 10 de junio de 1922 en Sremski Karlovic (Serbia), en relación a la detención del Patriarca Tikhon, decretó: “A su vez, exhortamos especialmente a todos los jefes de otras iglesias ortodoxas y no ortodoxas, a elevar nuestra voz de protesta contra la violencia ejercida en contra de Su Santidad el patriarca de todas las Rusias, con excepción del papa de Roma, sobre el cual tenemos evidencia precisa de que no sólo entró en negociaciones con los bolcheviques traidores a Cristo, sino que además trató de utilizar la persecución de la Iglesia Ortodoxa Rusa y su gloria para los fines mercenarios del catolicismo romano militante” Que estas sobrias palabras de nuestro inolvidable y venerable abba  sirvan  como  ejemplo  para  nuestro comportamiento y nuestras relaciones hacia la ayuda ofrecida por el Vaticano para el presente y futuro de Rusia.


Notas:

1. José Vantris, el revisionista de la iglesia del influyente periódico parisino “Le Figaro”, escribió en un articulo publicado el 5 de marzo de 1988 que la presencia del papa latino en las celebraciones del milenio oscurecería el honor del jubileo.

2. Se supo que el 18 o 19 de marzo dos ayudantes del secretario personal del papa se dirigieron a Moscú, en donde fue confirmado verbalmente que una invitación del Papa estaba fuera de la cuestión y que la Iglesia Católica Romana estaría representada sólo por una delegación del Vaticano. Un día más tarde fue publicado el mensaje del papa. Al estar acostumbrado a viajar triunfantemente por el mundo entero y después de emplear una enorme energía con tal de tratar de ser invitado, es evidente que Juan Pablo II experimentó dolorosamente la inusual posición de ser un suplicante, por consiguiente rebajando su dignidad papal. Por esta razón, con toda probabilidad, se pregonan (en los medios) las condiciones pretenciosas, supuestamente determinadas por él, para su viaje a Moscú.

3. Por “Rusiny”, el papa se refería a los de Galicia, que fueron bajo su omophorion. Ver Depreaux, E., “L’URSS et L’Eglise Catholique”, “Slave Le Monde,” e 11-2, 1927, p. 447.

4.  K.N. Nikolayev, Vostochniy obrad, (El rito oriental). Prensa YMCA, París: 1950, p. 335

5.  N.N. Voiekoff, Tserkjov’, Rus i’ Rim. (La Iglesia, Rus, y Roma), Jordanville; 1983, p.512.

6. De la población total de seis millones, el nuevo gobierno contó dos millones de serbios.

7. El artículo se refiere a la cruel y despiadada dictadura genocida de Ante Pavelic fundador del movimiento ustasha de tendencia filo-nazi y pro-eje. [Nota del Traductor]

8. En la Ortodoxia, un hieromártir es un mártir que fue un sacerdote u obispo. [Nota del Traductor]

9. En el texto de la presente carta se pueden encontrar varias publicaciones en ruso, con algunas variaciones debidas a la traducción. También se incluye en el apéndice de la obra de dos volúmenes del erudito católico,
Dom Alponse Guepin: Un aporte de l’uunion des Eglises au Xviie siecle Siaint Josephat et l’Eglise Greco- Slave en Pologne et en Russe, París tomo I: 1897, tomo II, 1898

10. Es interesante notar que Pío XI le encargó a Mons. D’Erbigny componer esta encíclica sobre Josephat
Kuntsevich.

11. Este mensaje fue de naturaleza confidencial, dado a los jerarcas de Ucrania el 14 de febrero de 1968.

12. Este mensaje urgió a Khomyakov escribir un segundo cuadernillo, como todos sus otros ensayos teológicos en francés: "Pocas palabras de un cristiano ortodoxo sobre las confesiones occidentales” y "L'Eglise Latine et le Protestantisme au point de vue de I'Eglise d'Orient," Lausanne-Vevey, Benda, pp. 94-95

13. ibid, p. 97.

14. F. M. Dostoyevesky, Diario de un escritor, septiembre de 1877, 1-3.

15. Op. Cit, Khomyakov, pp. 94 & 96.

16. Citado por Serafín, obispo de Potsdam, en el artículo "Catolicismo y Bolchevismo" en la colección de hechos de la segunda diáspora de toda la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero, Belgrado, p. 327.

17. J. Hajjar, Le Vatican et la Catholicisme Oriental, Beauchesne, París, 1979, p. 263.

18. E. Despreaux, "La Papaute et L'URSS" en Le Monde Slave, nº 10, Octubre de 1926, Paris, p.6.

19. C. Loiseau, "La politique de Strossmayer," en Le Monde Slave, nº 3, Marzo de 1927, Paris, p. 395.

20. G. Ferrero, "La double illusion," en L'illustration 10/12/1927, #4423, Paris, p. 658.

21. El órgano católico vienés "Schonere Zukunft," 15/11/1931.

22. Op. Cit., Nikolayev, p. 335.

23.  Esta política de normalización de las relaciones internacionales entre el Vaticano y los países del bloque comunista se llamó “Ostpolitik”. [Nota del Traductor]

24. G. Ferrero, "LA double illusion," in L'illustration 10/12/1927, #4423, Paris, p. 658.

25. El órgano católico vienés, "Schonere Zukunft," 15/11/1931.

26. Op. Cit. Nikolayev, p. 60

27. Discurso de Lenin en una sesión del "Sovnarkom" en diciembre de 1922.

28. Ver el reporte de esta tesis en nuestra disertación doctoral, págs. 328-335 y 348. Ivanov Trinadzaty, L'Eglise synodale russe—Son evolution et ses relation avec les confessions occidentales, Luon, 1983, 481 pp.

29. Malleux, Entre Rome et Moscou-L'exarque Leonide Feodoroff, Bruges, DDB, 1966, p. 119.

30. Ver el artículo de Henri Tek en el periódico parisino Le Mond, del 23/03/1968.

31. Sollicitudo rei sociali es la séptima encíclica del papa Juan Pablo II.

32. Arzobispo Nikon, editor, Zhizneopisanie blazenneyshago Antonia, Mitropilita Kievskago i Galitskago, Nueva York, 10 volúmenes, ver Vol. WI, p. 96.