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El “Dios” Occidental




Protopresbitero Michael Azkoul
De una conferencia brindada en 2001

Traducción y adaptación: Ignacio Perez Borgarelli y Pbro. Siluán Dignac



En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén

En su primer canon, San Basilio el Grande manifiesta que la diferencia esencial que existe entre la Iglesia y los herejes es “nuestra fe en Dios”.

Él decía, si mal no recuerdo, que “nuestra fe en Dios” implica no solo aquello que Dios nos ordena a creer, sino aquello en que creemos, en cuanto a Dios se refiere.

De hecho, estos dos conceptos no pueden ser divididos.

De esta manera, un Unitario y un Trinitario no se refieren al mismo Dios. Y si yo confieso que Dios es Uno, mi visión de la historia, del hombre y su salvación será diferente a aquella otra de un hombre que adora a muchos dioses. Realmente, “nuestra fe en Dios” condiciona lo que fuera que yo crea.

Lo que quiero exponer aquí, es la noción occidental sobre Dios. Si tomamos en cuenta que la palabra “Dios” no significa lo mismo a todo el mundo, nuestras distinciones comienzan a adquirir alguna validez.

Deberíamos ser aún más persuadidos de esto, si recordamos las palabras del Señor: “Y ésta es la vida eterna: que Te conozcan a Ti, el Único Dios Verdadero, y a Jesucristo, a Quien has enviado.” (S. Juan 17:3). Es decir, existen muchos falsos conceptos acerca de Dios, principalmente, aquellos en los cuales, Jesucristo es ignorado.

Tomando una aproximación a este asunto desde otra perspectiva. Debemos de reconocer que la palabra “Dios” no siempre expresa la verdad: la palabra no siempre manifiesta la realidad, pudiendo a veces, incluso, ocultar falsedad. De la misma manera, si pronunciamos la formula: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”, podemos no estar confesando una verdad salvífica. Recitar una formula teológica, no implica lo mismo que creer aquello que Dios demanda de nosotros. De acuerdo a palabras de San Hilario de Poitiers: “La herejía no yace en la palabra, sino en el sentido que se le asigne a ella” (De Trin., II, 3)

¿Qué “sentido” o significado, el Occidente post-ortodoxo, le ha atribuido o “asignado” a las palabras “Dios” y “Trinidad”?

Espero demostrar que, ni la perspicacia, ni la sinceridad, pueden alterar el hecho de que el dios occidental no es el Dios de los Profetas y los Apóstoles, ni es “Dios Verdadero”, a Quien Jesucristo nos ha revelado. Desde que abandonó a la Iglesia, Occidente ha adorado a la deidad de la filosofía griega, y ha reformado la cristiandad a sus diversas versiones, sea esta católica, anglicana o protestante.

¿Es posible rastrear cuando Occidente se alejó de la doctrina correcta, en lo que a Dios respecta? El hecho curioso es que la fuente de esta idolatría sea un mismo obispo de la Iglesia, el prelado africano del s. V, Agustín de Hipona[1]. Un brillante erudito, con las mejores intenciones cristianas, pero quien fue presa de las tentaciones de la filosofía griega. Agustín es el prototipo de todos los teólogos post-ortodoxos occidentales, esto ha sido, tanto por los problemas que ha tratado de resolver, como por la metodología que ha empleado en la resolución de los mismos. Su fuerte dependencia a la razón humana lo alejo demasiado de los límites de la Santa Tradición.

En particular, podemos mencionar la doctrina de la Analogía, una idea que ha sido central en el pensamiento de Occidente, desde que Agustín la “redescubrió” de Solón, hasta los tiempos de los últimos sabios de la Baja Edad Media. “Analogía” es la creencia de que Dios y el mundo (y en especial, el hombre) pueden ser comparados, o como dicen los escolásticos, toda lo que existe comparte el ser o existencia; aunque Dios es “El Ser Supremo”. En otras palabras, la teoría de la analogía significa el abandono de la tradicional teología “apofática” o “negativa” de la Iglesia.

Esperamos que, cuando haya acabado mi exposición, podamos haber dejado en claro la cuestión de que el dios de los occidentales post-ortodoxos es un Ídolo, una creación de la imaginación humana. Quizás, también, ustedes dejaran de ser intimidados por aquel persistente argumento de que, después de todo, los cristianos occidentales (y otros) realmente tienen la intención de adorar al “Dios Verdadero”. Las intenciones se vuelven irrelevantes cuando la verdad es pervertida e ignorada.

Muy a menudo, escuchamos a la gente referirse a Dios como “el Hombre de lo Alto” o “el Gran Jefe” o, gracias a las películas, “la Fuerza”, “el Poder”. A veces ellos emplean el lenguaje de los filósofos occidentales, y lo describen como “el Ser Supremo”, “la Sustancia Universal”, “el Absoluto”, “la Primera Causa”, “la Divina Monada”, “la Mente Eterna”, y demás.  Todos estos nombres, vulgares o sofisticados, fallan en ofrecer la comprensión acerca de Dios, que nos es brindada a través de los Profetas, los Apóstoles, y los Padres de la Iglesia.

Este lenguaje teológico, sin embargo, hace presuponer que la razón humana está capacitada para hacer afirmaciones verdaderamente útiles acerca de la existencia y naturaleza de Dios. Esta convicción se basa en la implícita suposición de que entre Dios y el hombre puede existir alguna posible comparación, es decir ellos pueden se análogos. Ciertamente, Dios es Perfecto, el hombre no lo es, pero, acorde a esta teoría, ambos son similares en muchas maneras. Por lo tanto, la gente dice, “Dios no sería capaz de hacer aquello” o “¿Por qué Dios permitió que pasara eso?” Y, por supuesto, dichas cuestiones conducen a otros razonamientos similares con las mismas implicancias: “¿De dónde viene Dios?” o “¿Cómo pueden Tres personas ser un único Dios?”

Hemos explicado tales ideas y postulados de acurdo a la teoría de la Analogía, y la culpabilidad por estas innovaciones teológicas la hacemos recaer sobre Agustín. La Analogía es el mismísimo fundamento de la teología “catafáctica” o “positiva” del Occidente post-ortodoxo.  Como ustedes saben, la “teología positiva” presenta axiomas como: “Dios es Bueno”, “Dios es Justo”, “Dios es Amor”, etc. La Iglesia no acepta cualquier “teología positiva”, que provenga del mero raciocinio. Todas las verdades salvíficas y positivas acerca de Dios son reveladas, no descubiertas. Pero nos referiremos sobre este asunto más adelante. Ahora retornemos al hombre que estableció los pilares teológicos del Occidente herético.

En orden de entender el pensamiento de Agustín, uno necesita un conocimiento práctico de la filosofía griega y del filósofo, por quien él sentía una especial afinidad,  es decir Plotino, quien vivió en el siglo III, en Licopolis, y perteneció a la escuela neo-platónica.

Como alguno de ustedes puede recordar, Plotino, en común con todos los platónicos, enseño que el tiempo imita a la eternidad. Por lo tanto, las leyes eternas son modelos de las leyes naturales. La historia se mueve de forma circular, repitiéndose en sí misma: todos los seres vivos, nacen, alcanzar su apogeo y mueren. Luego de este ciclo, desde las cenizas, comienza nuevamente, de manera ininterrumpida a través del tiempo. Con las naciones sucede lo mismo, con los individuos lo mismo. Mientras algo nace, algo muere, sin cesar. El tiempo sigue moviéndose eternamente.

El hombre pertenece al tiempo y a la eternidad. Su lado mortal se desarrolla y entra en decadencia al igual que el mundo natural. El posee un alma inmortal, un aspecto de él mismo que propiamente pertenece a lo eterno y que, cuando el cuerpo expira, retorna a su “Patria”. Esto, desde la visión de Plotino, significa que la salvación no implica la resurrección en el cuerpo, sino a partir del cuerpo[2].
Curiosamente el dios de Plotino es una trinidad, el Uno, de quien procede el Nous o la inteligencia, y el Espíritu, siendo este último emanado desde el Uno y el Nous. En algunas cuestiones, Plotino, fue más cercano a algunos Padres de la Iglesia que Agustín. En su teología del Uno, Plotino es “negativo”, esto es, el acierta en que el Uno es incomprensible, y que la razón solo puede indicarnos lo que Él no es. El Uno es “inmaterial”, “inmutable”, “infinito”, etc.

Aunque Agustín gustaba de hablar sobre el “Misterio de la Trinidad”, no vaciló en utilizar a Plotino y a la filosofía griega en su intento de explicar la Trinidad. El construyo sus argumentos alrededor de la expresión bíblica: el hombre “como imagen de Dios”. Sobre la Trinidad es el título del afamado libro, donde elaboró la noción que el alma del hombre refleja la Trinidad. El alma, él dice, consiste en Memoria, Intelecto y Voluntad, cuales corresponden al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como el Intelecto procede de la Memoria, la Voluntad procede de los dos (Intelecto y Memoria), como el Hijo es engendrado del Padre, el Espíritu Santo es producto del Padre y del Hijo.

Ustedes pueden reconocer esta fórmula teológica como la célebre enseñanza occidental de la doble procesión del Espíritu Santo: del Padre y del Hijo (filioque). Lo que es más importante, es que podemos observar que en la doctrina de la Analogía: el hombre y Dios son comparables, es decir, que nosotros podemos conocer a Dios, si poseemos un genuino conocimiento del hombre. Agustín había demostrado, de acuerdo a sus propias palabras: con la razón lo que creía con la fe. [3]

Por el mismo método, y con el mismo propósito, yo podría dar otro ejemplo acerca de la teología agustiniana. Agustín pretendió describirnos la salvación desde la perspectiva divina. No existe una enseñanza históricamente más significativa en Occidente que la predestinación. Aunque, nadie puede ser capaz de adjudicar directamente a Plotino, la idea de que Dios haya pre-determinado, mucho antes del comienzo de los tiempos, quién debía de ser condenado y quién salvado, no obstante,  Agustín tomo prestado conceptos del filósofo pagano que lo llevaron a formular la idea de la predestinación.
De hecho, Agustín dice que el conocimiento humano imita al conocimiento divino. El comprender la forma de como pensamos, nos brindaría una indicaciones de como Dios piensa. Por lo tanto, dado que Dios conoce todo – todo lo pasado, lo presente y lo futuro – aquello que Dios conoce, pasa a ser, ciertamente, una conclusión valida desde una premisa valida.

El conocimiento de Dios es infalible e irrevocable: en Dios no existe mentira.  Necesariamente, entonces, si Dios conoció desde la eternidad que una tal persona no creería en Cristo, y que consecuentemente, sería condenada, y si en la eternidad, Él conoció que otra tal persona creería en Cristo, y seria salvada, esto sí o sí, debe ser de esta manera. Agustín, erradamente, confiaba que contaba con el apoyo de San Pablo en materia de la predestinación.

Estos son algunos de los conceptos y problemáticas que Agustín dejaría a la posteridad.

No obstante, nada fue más importante para él, que la utilización de la filosofía griega, su fe en la razón humana, y su doctrina de la Analogía. Una nueva concepción de Dios había nacido.

El más grande heredero y sucesor de Agustín en el Occidente post-ortodoxo, es Tomas de Aquino (1224-1274), quien difiere de Agustín en varias cuestiones, la principal entre ellas es su preferencia hacia Aristóteles, en vez de Platón y su escuela. Su Summa Theologica y su Summa contra Gentiles son puntos de referencia dentro de la literatura teológica. Entre otras cosas, estas obras han establecido una noción de Dios, por la cual, desde ese entonces, siempre se ha identificado al Dios de la Cristiandad.

Al utilizar a Aristóteles, junto a la doctrina de la Analogía, Tomas de Aquino, clarifico y sistematizo, las especulaciones agustinianas.

De acuerdo con Tomas de Aquino, no existe concepto más básico que el Ser, todas los entes comparten el Ser, inclusive Dios. Todo ser es creado, está circunscripto en un espacio, es imperfecto, salvo Dios. El es el único “Ser Necesario”, Él es “la Primera Causa”, el divino motor cual abastece de energía al universo y lo atrae hacia Él. (Tomas de Aquino parece no tener ningún tipo de conocimiento sobre la Energías Increadas de Dios, de las cuales hablaron San Gregorio Palamás y los Padres).

Además, Dios posee todas las formas positivas del Ser – santidad, justicia, bondad, belleza, etc.[4] de manera perfecta o, utilizando palabras del mismo Tomas de Aquino, “pues no podemos nombrar a Dios a no ser partiendo de las criaturas, como ya se dijo”; y “Y así, todo lo que se dice de Dios y de las criaturas se dice por la relación que la criatura tiene con Dios como principio y causa, en quien preexisten de modo sublime todas las perfecciones de las cosas.”[5].

Como ustedes saben, nunca un ortodoxo identificaría a Dios con el Ser.  La “Teología Negativa” de los Padres nos obliga a referirnos a Él, como Byperousios (“Suprasustancial”). Ni tampoco concebimos a Dios, como un poseedor de “atributos”,  sino que nos referimos a sus “Efectos”. Vemos lo que Dios ha creado, y creemos, como las Escrituras expresan: “y era bueno”. Todo lo que podamos expresar de manera positiva acerca de Él, lo  hemos recibido de Cristo, los Profetas y los Apóstoles. Nosotros comprendemos las palabras de ellos, de acuerdo a la interpretación de los Santos Padres. Es decir, la “Teología Positiva” Ortodoxa es cuestión de Revelación Divina, y no de meras especulaciones filosóficas bajo los auspicios de la filosofía griega.

Permítanme reiterar que la teoría de la Analogía, analogía entis, es fundamental para la “Teología Positiva” o “Catafática” del Occidente post-Ortodoxo; pero la Ortodoxia depende completamente de la Divina Economía, sea esta de la Antigua Alianza, o de la Nueva Alianza.

Del mismo modo, si es verdad que la teología condiciona todos los aspectos de la religión, por consiguiente, la teología occidental afecta a todos, y cada uno de los credos occidentales, ya sean papistas, anglicanos o protestantes. Es indudable que mi actitud en lo que respecta a Dios, configura mi visión acerca de Cristo y el hombre, la Iglesia y la historia, los Misterios y los Santos, la ley y la moral, la sociedad y la política, etc. “Lo que el hombre piensa, eso es”.

Permitámonos ver, por algunos momentos, la influencia de la teología occidental sobre la piedad popular, por ejemplo, el lugar de la Virgen María en relación al dios occidental en épocas medievales, en esta cuestión, consultemos el afamado libro de Henry Adams, “Mont-Saint Michel and Charters” (Nueva York, 1961). Allí, él nos comenta que, la teología medieval no se puede comprender por completo, si no se posee algún tipo de familiaridad con la sociedad de aquella época. De hecho, la teología medieval está expresada en el contexto de la sociedad feudal, por lo tanto, Dios es el Legislador, el Señor Feudal, el Poder Soberano y el Monarca Universal. Es un dios que demanda “satisfacción” por el “pecado original”,  una gran ofensa a su Dignidad Imperial. Él es el Dios trascendental, ajeno a sus creaturas. Él puede ser justo, pero también, es severo.

En consecuencia, la salvación en Cristo parece difícil de alcanzar. Uno no podría participar de su Sacrificio en la Cruz, a menos que cumpliera ciertas reglas, realizara ciertas acciones y asintiera a doctrinas y dogmas, sobre los cuales, a menudo, existía mucha confusión.

Entonces, los fieles se tornaron a Aquella, Quien los protegía, pues Ella era como ellos: la Virgen María, “Nuestra Señora”. Como modelos de la Virgen, ellos utilizaron a reinas terrenales, como Blanca de Castilla, madre de Luis IX de Francia, o Leonor de Aquitania, esposa de Enrique II de Inglaterra. Ellas influían tanto en sus esposos e hijos, de tal manera que el pueblo comenzó a pensar: la Virgen influencia a Dios. Blanca y Leonor eran “abejas reinas”, para decirlo así,  por ejercer el poder mediante su astucia e inteligencia.

Ellas se convirtieron en analogías de la Virgen María, la cercana, alcanzable y compasiva Reina de los Cielos. Henry Adams sugiere que el pueblo la adoraba, porque, como estas reinas terrenales, la Virgen no era dócil. Ella, en nombre de ellos, “tomó la palabra” y la dirigió a la Trinidad.

Por tanto, como la reina terrenal era, al parecer, el único camino para acceder al rey terrenal (quién a menudo era su hijo), de la misma manera, la Virgen era su mediadora con la Trinidad, de la cual uno de sus miembros era su Hijo. Ella era el único vínculo verdaderamente y completamente humano entre el cielo y la tierra.

La Virgen era vista por el hombre del medioevo occidental, como una “persona real”, menciona Adams. Ella era alguien, de quien, sus gustos y deseos, instintos y pasiones, eran conocidos por todos. Ella era concebida, también, como si fuera una suerte de “rebelde” que estaba en contra de los convencionalismos y las restricciones de la ley. Ella era amorosa, compasiva, fuerte, así como las reinas terrenales, así como la misma humanidad.

El pueblo adhirió a ella, y devinieron, como los caballeros harían con Blanca o Leonor, en sus hombres, los “pecadores de María”. Como recompensa por su devoción, la Virgen los ayudaría en lo que respectaba a la ley, a la autoridad, humana y divina. Ella comprendía que el pecado no era algo horrendo, sino “humano”.

Ella protegía a su pueblo contra Dios, Adams escribe: “ella se muestra, a menudo, en la posición de defender sus arbitrarios actos de misericordia, al decirle francamente a la Trinidad que si el Creador tenía la intención de castigar al hombre, Él no debería de haberlo creado” (pág. 258). Su protección tenía un precio, dado que la Virgen era muy posesiva. Ella tomaba represarías si un hombre la abandonaba por otra mujer, Adams cita un poema medieval: (pág. 265-266):

“Con ira parpadeante en sus ojos, responde, la Reina del Paraíso: “Dime, dime, tu que me amaste antes, una vez, con amor indecible ¿Por qué ahora me has dejado? ¡Dime, di!, ¿dónde has obtenido tú a una muy amable o muy justa novia? Por lo cual, por tanto, desilusionada, decepcionada, descarriada, desecha, engañada, me has dejado,  por una criatura ordinaria ¿A mí, que soy la Reina de los Cielos? No Pudiste haber hecho peor elección, tu que por una mujer extraña, me has dejado,  a mí que con amor perfecto,  te espero a ti  arriba en el cielo.”

La Virgen podría ser tan inescrupulosa en su celo, como cualquier otra “gran dama”, castigando con furia insaciable a aquellos que desertasen de ella.

Con el cambio de la sociedad occidental – especialmente desde la Reforma Protestante del siglo XVI –  ha habido algunos cambios en la percepción acerca de María, para los católicos (y también para algunos anglicanos y protestantes). Ella ha perdido algo de su naturaleza imperiosa, pero, al parecer, no ha habido renuncia alguna con respecto a la doctrina de la Analogía. Durante los últimos siglos se ha hecho más relieve en su poder de intercesión y maternidad. En la actualidad oímos devotas palabras sobre “la sagrada familia” (Jesús, José y María) o el “Inmaculado Corazón de María”. En algunas ocasiones, se ha caído en el sentimentalismo de denominarla como “la Virgen de los Bosques” o “La Virgen de las Rutas Aéreas”.[6]

El mundo occidental ha olvidado que la Madre de Dios es: “Mas Honorable que los Querubines e Incomparablemente Más Gloriosa que los Serafines”, ella que está “sobre toda criatura”.

Nosotros, los ortodoxos, jamás podríamos asemejarla a ninguna mujer mortal, porque ella, como San Gregorio Palamás dice: “ella es el límite entre lo creado y lo increado”  (In Dorm. PG 151.472B) Su santidad es el reflejo de la Mismísima Santidad de Dios. No nos atreveríamos a hablar de “celos” o “ira” en lo que concierne a la “Santísima” (gr. Panagía). Ella esta deificada. No es de extrañar que el reposado Photios Kontoglou, insistiera en que los ortodoxos siempre deberían de distinguir la diferencia, entre la verdadera Theotokos, y la Panagía franco-occidental.

La falsa mariología es el resultado de una falsa teología.

Está escrito: “mis Planes no son vuestros planes, ni mis Caminos son como vuestros caminos”. He aquí el principio básico de la Teología Ortodoxa. Aquí no hay lugar para la doctrina filosófica de la Analogía. Las religiones de Occidente han asumido acríticamente que Dios es: “el Supremo Principio Ontológico, Quien es el Ser Supremo, distinto del mundo creado por El” (C. Fabro). Dicha noción de Dios, es un popurrí de ideas griegas, latinas y cristianas; es idolatría.

La Iglesia Ortodoxa enseña que toda salvífica teología positiva es revelada. La razón humana nos dice lo que Dios no es, porque Él “habita en la Luz Inaccesible”, como nos dice San Pablo. Él no puede ser comparado con nada, porque, acorde a la Liturgia de San Juan Crisóstomo, Dios es “inefable, inconcebible, invisible, incomprensible, infinito e inmutable”. Es más, San Dionisio enseña que, Dios trasciende “toda aserción (…) Causa de todo y está por encima de toda supresión (…)  simplemente liberado de todo y más allá de todo”[7]

Nosotros conocemos lo desconocido de Dios, porque Él se ha dignado a revelarse a nosotros: en la naturaleza (su creación), a través del “corazón” (en el sentido ortodoxo), a través de los Profetas, o también a través de nobles gentiles (como Job, Platón, Akenaton, por ejemplo), tal como nos dice San Justino Mártir. Por supuesto, la final revelación de Dios es Jesucristo. He aquí el conocimiento salvífico de Dios, el único conocimiento que puede conducir a la unión con Dios: “Dios se hizo hombre, para que el hombre pueda convertirse en dios”, tal como los Padres dicen.

Pero, ¿Por qué, entonces, algunos niegan la existencia de Dios y desdeñan la misión de Cristo? ¿Por qué la idolatría? Porque, como San Juan Damasceno escribió, el Demonio ha prevalecido sobre los ateístas e idolatras. El Demonio los ha confundido, los ha convertido en sus adeptos, y si no, los ha hecho adeptos a las cosas mundanas, si no, a los ídolos, pues los ha convertido en adoradores de las criaturas de su propia imaginación. Es decir, el dios occidental ha nacido del orgullo y la impiedad.

Uno no puede conocer a Dios como si se estuviera aproximando al estudio de las estrellas, las plantas, o los números. Los Padres de la Iglesia enseñan que el conocimiento de Dios no es sujeto de debate, prueba o análisis. Ni tampoco compete a todos discutir sobre ello. Como San Gregorio el Teólogo escribió en sus Oraciones Teológicas 1,4:

“No a cualquiera, escuchadme bien, no a cualquiera le corresponde hablar de Dios. No es esta una cosa que se adquiera a bajo precio y que competa a los que se arrastran por la tierra[8]. Añadiría algo más: no se puede hablar de Dios siempre, ni con todos, ni bajo cualquier aspecto; se puede hacer en ciertas ocasiones, con ciertas personas y en cierta medida.

No compete a todos, porque es de los que se han ejercitado y han avanzado por el camino de la contemplación y, antes que eso, de los que han purificado el alma y cuerpo, o dicho con mayor rigor, de los que los están purificando. Porque tocar la pureza sin ser puro puede resultar peligroso, como los rayos del sol para los ojos enfermos”[9]

Hemos aprendido algo del autoproclamado “dios cristiano” del Occidente post-ortodoxo. Él es en gran parte una invención de Agustín y Tomas de Aquino. Pero hemos dicho muy poco sobre las otras versiones occidentales del Dios, la deidad unitaria[10] y panteísta de la cultura occidental. En cierto sentido, inclusive estas deidades tienen relación con su pariente “cristiano”.

Se puede rastrear los orígenes de los dioses de los filósofos y teosofístas en la antigua Grecia. El “Ser Supremo”, “el Absoluto”, “la Mente”, “Substancia” etc., son todos productos de la razón humana, en efecto, de un razón humana, que se encuentra caída y no ha sido regenerada.

No importa el motivo, no importa la sinceridad, no importan las citas de las Escrituras y los Padres, el “Dios” del catolicismo romano, protestantismo, metodismo, presbiterianismo, o de los luteranos o bautistas, es un ídolo.

El Dios que ellos adoran no solo es conceptualmente falso, además también sus teologías heréticas engendran falsas devociones. Una muestra de ello, es lo que he demostrado con respecto a la conexión existente entre la teología y la piedad popular de la mariología medieval latina.

Y también podríamos haber mencionado que la teología protestante, cual enseña que el Espíritu Santo solo actúa en el “corazón” humano, y nunca dentro la totalidad de una “denominación” (“congregación” o “institución cristiana”),  ustedes podrán comprender su individualismo y anti-sacramentalismo. Uno puede hacer mención también de aquellas religiones unitarias occidentales, cuales declaran que Dios permanece en continuo cambio, y por ende, el Cristianismo, de la misma manera, debe de cambiar continuamente. Estas religiones históricamente han estado carentes de ritos, carentes de credos, carentes de clérigos, siendo únicamente muy activas en lo social, tal como los cuáqueros lo son.

Pero, muchos podrán objetar que una gran cantidad de los cristianos occidentales creen en la Trinidad, la Encarnación, la Cruz, el Sepulcro, la Resurrección, los Sacramentos, los Santos, etc. Pero esta objeción pierde su fuerza cuando nos damos cuenta de que, incluso estas doctrinas, son confesadas por ellos, de una manera equivocada.

Una falsa cristología (Cristo), una falsa eclesiología (Iglesia), una falsa mistalogía (Sacramentos), etc.  que provienen de una falsa teología. En otras palabras, Dios nos ha mandado a creer ciertas cosas de una cierta manera. No le es permitido al hombre realizar alteraciones.


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[1] N. del T.: – Si bien concordamos completamente con el espíritu de este artículo, en su parte substancial, tenemos ciertas reservas acerca de la apreciación del Padre Michael Azkoul, respecto a la figura del bienaventurado Agustín, pues consideramos, que a pesar de que este santo padre de la Iglesia cometió ciertas theologumenas (errores teológicos producto de opiniones personales), disentimos en la posición a la que han adherido muchos teólogos contemporáneos que, con buenas intenciones, han tomado una posición “purista” con respecto a “barrer” o “purificar” ciertas influencias occidentales o latinas dentro de la Iglesia Ortodoxa, y en ese afán, muchas veces han pecado de ir más allá de lo tradicionalmente aceptado por la Iglesia. Para una comprensión mayor acerca del estatus del Bienaventurado Agustín dentro de la Iglesia Ortodoxa: “El lugar del bienaventurado Agustín en la Iglesia Ortodoxa” por el Hieromonje Serafín Rose: http://cristoesortodoxo.com/2015/02/06/el-lugar-del-bienaventurado-agustin-en-la-iglesia-ortodoxa-parte-1-de-4/

[2] N. del T.: Plotino no concibió en su sistema filosófico un dualismo entre la materia (naturaleza y/o cuerpo humano) y el alma, sino un monismo al considerar al alma como parte de la naturaleza material, siendo según él, el alma parte del “Anima Mundi”.

[3] «y he tratado de comprender con la razón lo que creía con la fe; mucho he discutido y mucho me he esforzado» Agustin de Hipona; Trin. XV, 28, 51; CChr 50 A, 534; BKV' 11/14, 331.

[4]N. del T.: Los trascendentales del Ser para Tomas de Aquino: “bonum” (bueno), “verum” (verdadero), “unum” (Uno e indivisible), pulchrum (bello)

[5] Summa Theologica. q. 13. a. 5 (http://hjg.com.ar/sumat/a/c13.html#a5)

[6] N. del T.: o por ejemplo, “Stella Maris”, “Rosa Mística”, “Reina de las Flores”, etc.

[7] San Dionisio Areopagita. Teología Mística, capitulo V. 

[8] Es decir “a los que no se han liberado aun de las pasiones y preocupaciones terrenas”

[9] En español: Cinco discursos teológicos, Discurso 27 (1) Contra los discípulos de Eunomio, 3. Gregorio Nacianceno. Ed. Ciudad Nueva pág., 78

[10] N. del T.: Se refiere al unitarismo teológico que nació de las sectas protestantes en el siglo XVI y que niega a la Trinidad.