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El Gran Plan de Gramsci



Por Protopresbítero Dr. James Thornton

Uno de los aspectos más interesantes del estudio de la Historia es que muy a menudo hombres nacidos en las más humildes circunstancias se elevan sin embargo hasta llegar a afectar dramáticamente el curso de la historia humana. Ellos pueden ser hombres de acción o de pensamiento, pero en uno u otro caso sus actividades pueden engendrar cambios enormes a través de los años. Antonio Gramsci fue tanto un hombre de acción como de pensamiento, e independientemente del resultado de los acontecimientos de las décadas siguientes, casi ciertamente, será reconocido por los futuros historiadores por haber sido una figura notable.

Nacido en la oscuridad, en la isla de Cerdeña en 1891, Gramsci no podría haber sido considerado a ser un candidato ideal para afectar significativamente el siglo XX. Gramsci estudió Filosofía e Historia en la Universidad de Turín, y pronto se convertiría en un dedicado marxista, afiliándose al Partido Socialista italiano. Inmediatamente luego de la Primera Guerra Mundial, establecería su propio periódico radical, El Nuevo Orden, y poco después ayudaría en la fundación del Partido Comunista Italiano.

Marxista Desilusionado

La fascista "Marcha sobre Roma" y la designación de Benito Mussolini como Primer Ministro obligaría al joven teórico marxista a marcharse de Italia. Buscando un nuevo hogar, entonces elegiría el lugar más lógico para un comunista: la recién conformada URSS de Lenin. Sin embargo, la Rusia Soviética no era aquello que él había esperado. Sus dotes de observación captarían rápidamente la distancia, que tan a menudo, separa la teoría de la realidad. Siendo un marxista fanático en cuanto a teorías políticas, económicas e históricas, se refiere, Gramsci quedaría profundamente perturbado por el hecho de que la vida en la Rusia comunista mostraba poca evidencia de cualquier afecto profundamente sentido por parte de los trabajadores hacia el "paraíso", que Lenin había construido para ellos. Menos aún existía cualquier apego profundo a conceptos tales como la "revolución proletaria" o la "dictadura del proletariado", además de la retórica obligatoria.

Por el contrario, era obvio para Gramsci que el "paraíso" de la clase obrera mantenía su predominio sobre los trabajadores y los campesinos sólo mediante un completo terror, mediante el asesinato de masas a una escala gigantesca, y mediante un propagado y constante temor a llamadas a la puerta a medianoche y a los campos de trabajo forzado en el páramo siberiano. También crucial para el Estado de Lenin era una continua vociferación de propaganda, slogans y francas mentiras. Todo era muy desilusionante para Gramsci. Mientras otros hombres podrían haber reexaminado su perspectiva ideológica entera, luego de tales experiencias, la mente sutil y analítica de Gramsci funcionaría ante la aparente paradoja, de modo distinto.

La muerte de Lenin y la toma del poder por parte de Stalin, hicieron que Gramsci inmediatamente reconsiderara su elección de residencia. Construyendo sobre los logros de Lenin, en cuanto a terror y tiranía, Stalin comenzó a transformar la agraria Rusia en un gigante industrial que luego volcaría todas sus energías a la conquista militar. Era el plan de Stalin de construir la mayor máquina militar de la Historia, aplastar a las "fuerzas de la reacción" e imponer el comunismo en Europa y Asia —y más tarde en el mundo entero— mediante la fuerza bruta.

Mientras tanto, no obstante, para consolidar y asegurar su poder, Stalin sistemáticamente comenzó el exterminio de potenciales enemigos dentro de su propio campo. Aquello, acorde a como se llevado a cabo, se convirtió en un proceso permanente, uno que duraría hasta su mismo fallecimiento. En particular, los hombres sospechosos de siquiera la más leve herejía ideológica en relación a la propia interpretación de Stalin acerca del Marxismo-Leninismo, serían enviados directamente a cámaras de tortura o a campos de exterminio, o serían llevados rápidamente ante pelotones de fusilamiento.

"Profeta" de Prisión

Al tener, obviamente, contados sus días en la Rusia Estalinista, Gramsci decidió volver a casa y reasumir la lucha contra Mussolini. Al ser visto, tanto como una seria amenaza para la seguridad del régimen fascista, como un probable agente de una potencia extranjera hostil, luego de un tiempo relativamente corto, Gramsci fue detenido y condenado a un período larguísimo de prisión, y allí, en su celda de cárcel, dedicaría los nueve años que le quedaban a escribir. Antes de su muerte por tuberculosis en 1937, Gramsci produjo nueve volúmenes de observaciones sobre historia, sociología, teoría marxista, y, lo que es más importante, sobre estrategia marxista. Aquellos volúmenes, conocidos como "Cuadernos de Prisión", han sido publicados desde entonces en muchas lenguas y distribuidos en todo el mundo. Su significancia proviene del hecho que ellos forman el fundamento para una dramática nueva estrategia marxista, una que hace de la "revolución espontánea" de Lenin algo tan obsoleto como las faldas con armazones y los zapatos altos con botones, una que promete ganar voluntariamente al mundo para el marxismo, y basada en una evaluación realista de los hechos históricos y la psicología humana, más bien, que en vacíos deseos e ilusiones.

Como veremos, la sagaz evaluación de Gramsci acerca de la verdadera esencia del marxismo y de la humanidad, pone a sus escritos entre los más poderosos de este siglo [XX]. Mientras que Gramsci mismo moriría de una muerte ignominiosa y solitaria en una prisión fascista, sus pensamientos alcanzarían vida propia y llegarían a amenazar al mundo. ¿Cuáles son esas ideas?

La Esencia de la Revolución Roja

La extraordinaria contribución de Gramsci fue liberar al proyecto marxista de la prisión del dogma económico, mejorando con ello dramáticamente su capacidad para subvertir la sociedad cristiana.

Si tomáramos las declaraciones ideológicas de Marx y Lenin por su valor nominal, deberíamos creer —como lo han hecho millones de sus engañados seguidores— que la sublevación de los trabajadores era inevitable, y que todo lo que debía de hacerse era movilizar a la clase baja por medio de la propaganda, provocando así la revolución universal. Por supuesto, esta premisa no es válida, y sin embargo permaneció como la doctrina inflexible entre los comunistas, al menos para consumo público.

Sin embargo, el núcleo duro del movimiento comunista consistía de criminales despiadados, agudos en cuanto a su comprensión de los errores intelectuales del marxismo, quienes desearon emplear cualquier medio necesario para obtener el poder que buscaban. Para tales conspiradores endurecidos, intoxicados por el odio, la ideología es una táctica, un medio de movilizar a los partidarios y de racionalizar las acciones criminales.

Aquellos quienes aceptan sin sentido crítico la idea de que "el comunismo está muerto" no comprenden la verdadera naturaleza del enemigo. El comunismo no es una ideología en la cual uno cree. Más bien es una conspiración criminal en la cual uno se alista. Aunque Lenin profesara reverenciar los garabatos de Marx como se tratara de escrituras sagradas, una vez que sus bolcheviques hubieron tomado el poder en Rusia, modificaría deliberadamente al marxismo, para satisfacer sus propias necesidades. Lo mismo es válido en cuanto a Stalin. Los bolcheviques no tomaron el poder en Rusia por causa de un levantamiento de trabajadores y campesinos, sino por causa de un golpe de Estado, orquestado por un grupo marxista fuertemente disciplinado, golpe que en último término se consolidó mediante la guerra civil. Ellos también recibieron —que esto no se olvide— ayuda importante de las élites políticas y banqueras de Occidente.

De manera similar, el comunismo no llegó al poder en Europa del Este mediante la revolución, sino más bien a través de la imposición de aquel sistema por un Ejército Rojo conquistador y, otra vez, por la corrupta complicidad de conspiradores de Occidente. En China, el comunismo ascendió al poder mediante la guerra civil, ayudado por los soviéticos y por elementos traidores de Occidente.

En ningún solo caso el comunismo alguna vez alcanzaría el poder por medio de una insurrección revolucionaria popular, sino siempre por medio de la fuerza o el subterfugio. Las únicas agitaciones revolucionarias populares registradas en el siglo XX han sido "contra-revoluciones" anti-marxistas, como la rebelión de Berlín en 1954 y el levantamiento húngaro de 1956.

Mirando en retrospectiva, durante el siglo XX, se hace claro que Marx se equivocó en su presunción de que la mayoría de los trabajadores y los campesinos estaban descontentos con su lugar en -y enajenados de- sus sociedades, que hervían de resentimiento contra las clases media y alta, o que, de alguna manera, estaban predispuestos a la revolución. Además, dondequiera que el comunismo logró el poder, su uso a niveles sin precedentes de la violencia, la coacción y la represión, generó una oposición clandestina interna y una oposición militante en el extranjero, por hacer de la matanza interminable y la represión, algo endémico del marxismo, y esencial para la supervivencia comunista. Todos estos hechos indiscutibles, cuando fueron examinados honestamente, plantearon dificultades insuperables en lo que se refería a futuras expansiones del poder comunista, y aseguraron una especie de crisis final para el marxismo.

Mientras que lo anterior es obvio ahora para los observadores perspicaces, al mirar hacia atrás, desde la ventajosa posición de nuestro tiempo, y luego de más de ocho décadas de experiencia con la realidad del comunismo en el poder, comenzamos a entender algo de la agudeza mental de Antonio Gramsci, cuando comprendemos que lo que es evidente ahora, al final del milenio, era ya evidente para él, cuando el régimen soviético estaba en su infancia y el comunismo todavía era en gran parte una hipótesis no demostrada.

Gramsci fue un brillante estudiante de filosofía, historia y lenguas. Esta educación le impartió una excelente comprensión del carácter de sus semejantes y de las sociedades que componían la comunidad civilizada de naciones en las primeras décadas de este siglo [XX]. Como hemos observado ya, una de las ideas fundamentales que recibiría de esta educación, seria aquella acerca de que las esperanzas comunistas de una revolución espontánea, provocada por algún proceso de inevitabilidad histórica, eran ilusorias. Los ideólogos marxistas —afirmaría— se están seduciendo a sí mismos. Desde el punto de vista de Gramsci, los trabajadores y los campesinos no eran, en términos generales, de ideas revolucionarias, y no albergaban ningún deseo de destrucción del orden existente. La mayoría de ellos tendrían lealtades más allá de -y mucho más poderosas que- consideraciones de clase, incluso en aquellos casos donde la condición de sus vidas era menos que ideal. Más significativo para la gente corriente, que la solidaridad de clase y la guerra de clases, eran cosas tales como la fe en Dios, y el amor a la familia y al país. Esto sería lo principal entre sus lealtades primordiales.

El atractivo que las promesas comunistas pudieran haber tenido entre las clases obreras fue, también, opacado por las brutalidades comunistas, y por los métodos totalitarios despóticos. Llevando a las clases aristocrática y burguesa a la acción, dichos atributos negativos eran tan aterradores y graves, que por todas partes aparecían organizaciones y movimientos anti-marxistas militantes, que pusieron efectivamente un alto a los proyectos de expansión comunista. Con todo esto, fácilmente evidente para él, y favorecido de alguna manera por el ocio aparentemente interminable permitido por la vida en prisión, Gramsci dedicó su prodigiosa mente a la salvación del marxismo, analizando y solucionando estas cuestiones.

Subvirtiendo la Fe Cristiana

El mundo civilizado —dedujo Gramsci— habría estado completamente saturado con el cristianismo durante 2.000 años, y el cristianismo sigue siendo el sistema filosófico y moral dominante en Europa y Norteamérica. Hablando en términos prácticos, la civilización y el cristianismo estuvieron indisolublemente unidos. El cristianismo se había integrado tan completamente en la vida diaria de casi todos, incluyendo a los no-cristianos que vivían en tierras cristianas, y se encontraba tan propagado, que formaba una barrera casi impenetrable para la nueva civilización revolucionaria, cual los marxistas deseaban crear. El intento de derribar aquella barrera se demostraría improductivo, puesto que sólo generaría poderosas fuerzas contra-revolucionarias, consolidándolas, y haciéndolas potencialmente mortíferas. Por lo tanto, en lugar de un ataque frontal, sería mucho más ventajoso y menos arriesgado atacar a la sociedad del enemigo de manera sutil, con el objetivo de transformar gradualmente la mente colectiva de la sociedad, durante algunas generaciones, desde su antigua cosmovisión cristiana hacia otra más apropiada para el marxismo. Y allí habría más.

Mientras los marxistas-leninistas convencionales eran hostiles hacia la izquierda no-comunista, Gramsci sostuvo que las alianzas con un amplio espectro de grupos izquierdistas se revelarían esenciales para una victoria comunista. En la época de Gramsci éstos incluían, entre otros, a diversas organizaciones "anti-fascistas", sindicatos, y grupos políticos socialistas. En nuestro tiempo, las alianzas con la izquierda incluirían a feministas radicales, a ecologistas extremistas, a movimientos de "derechos civiles", a asociaciones anti-policiales, a internacionalistas, a grupos eclesiásticos ultra-liberales, etc. Estas organizaciones, en conjunto con abiertos comunistas, juntas crean un frente unido que trabaja en la transformación de la antigua cultura cristiana.

Aquello que Gramsci propuso, en resumen, consistía en una renovación de la metodología comunista, y en una modernización y actualización de las anticuadas estrategias de Marx. No puede haber duda alguna de que la visión de Gramsci, con respecto al futuro, fue completamente marxista, y de que aceptaría la validez de la cosmovisión integral del marxismo. En aquello que se diferenciaría sería en el proceso de cómo se debía conseguir la victoria de esta cosmovisión. Gramsci escribió que «puede y debe existir una "hegemonía política" aún antes de asumir el poder gubernamental, y a fin de ejercer el liderazgo o la hegemonía política no hay que contar exclusivamente con el poder y la fuerza material que son dados por el gobierno». Aquello que él trató de decir es que les correspondería a los marxistas ganar los corazones y las mentes del pueblo, y no basar sus esperanzas a futuro únicamente en la fuerza o el poder.

Además, se les impondría a los comunistas dejar de lado algunos de sus prejuicios de clase en la lucha por el poder, procurando incluso ganar elementos dentro de las clases burguesas, un proceso que Gramsci describió como "la absorción de las élites de las clases enemigas" No sólo esto reforzaría al marxismo con sangre nueva, sino que privaría al enemigo de ese talento perdido. Ganar a los brillantes jóvenes hijos e hijas de la burguesía para la bandera roja —escribiría Gramsci—"tiene como resultado la decapitación [de las fuerzas anti-marxistas] y el dejarlos impotentes". En resumen, la violencia y la fuerza por sí mismas no van a transformar genuinamente al mundo. Más bien, es ganando hegemonía sobre las mentes de las personas, y privando a las clases enemigas de sus hombres más talentosos, que el marxismo triunfará sobre todos.

Esclavos del Libre Albedrío

La novela "Brave New World" de Aldous Huxley, un estudio clásico del totalitarismo moderno, contiene un párrafo que resume el concepto que Gramsci trató de comunicar a sus camaradas de partido: "Un Estado totalitario realmente eficiente sería aquel en el cual el todopoderoso dirigente de los jefes políticos y su ejército de gerentes controlan a una población de esclavos que no tienen que ser coercionados porque éstos aman su servidumbre". Mientras que es improbable que Huxley estuviera familiarizado con las teorías de Gramsci, la idea que él comunica acerca de personas libres marchando voluntariamente a la esclavitud, es, sin embargo, precisamente lo que Gramsci tenía en mente.

Gramsci creía que, si el comunismo lograba conseguir "el dominio sobre la conciencia humana", entonces, los campos de trabajo y el asesinato en masa serían innecesarios. ¿Cómo una ideología puede ganar tal dominio sobre patrones de pensamiento inculcados por las culturas por el transcurso de cientos de años? El dominio sobre la conciencia de la gran masa del pueblo, sería alcanzado —sostendría Gramsci— si los comunistas o sus simpatizantes ganaran el control de los órganos de la cultura: iglesias, educación, periódicos, revistas, medios electrónicos, literatura respetable, música, artes visuales, etc. Al ganar la "hegemonía cultural" —para usar el propio término de Gramsci— el comunismo controlaría las fuentes más profundas del pensamiento y la imaginación humana. Uno no necesita controlar toda la información en sí misma, si uno puede conseguir el control de las mentes que asimilan esa información. Bajo tales condiciones, toda seria oposición desaparece, dado que los hombres ya no son capaces de comprender los argumentos de los opositores del marxismo. Los hombres en efecto "amarán su servidumbre", y no comprenderán siquiera qué significa servidumbre.

Los Pasos del Proceso

La primera fase para lograr la "hegemonía cultural" sobre una nación consiste en el debilitamiento de todo elemento de la cultura tradicional. De esta manera, las iglesias son transformadas en clubes políticos impulsados ideológicamente, haciendo énfasis en la "justicia social" y el igualitarismo, con el culto siendo reducido a un mero entretenimiento trivializado, y con las antiquísimas enseñanzas doctrinales y morales "modernizadas" o disminuidas hasta el punto de la irrelevancia. La educación genuina es reemplazada por planes de estudios "idiotizados" y "políticamente correctos", y los estándares son reducidos dramáticamente. Los medios de comunicación son transformados en instrumentos para la manipulación de las masas, y para acosar y desacreditar a las instituciones tradicionales y sus portavoces. La moralidad, la decencia y las antiguas virtudes son ridiculizadas sin tregua. Los clérigos con mentalidad tradicionalista son retratados como hipócritas, y los hombres y mujeres virtuosos, como mojigatos, estrechos de mentalidad y poco inteligentes.

La cultura ya no es el respaldo que apoya la integridad de la herencia nacional, ni un vehículo para transmitir esa herencia a las futuras generaciones, sino que ha sido convertida en un medio para "destruir los ideales y… instruir al joven no con ejemplos heroicos, sino con otros deliberadamente y agresivamente degenerados", como escribe el teólogo Harold O. J. Brown. Vemos esto en la vida estadounidense contemporánea, en la cual los grandes símbolos históricos de nuestro pasado nacional, incluyendo grandes presidentes, soldados, exploradores y pensadores, son presentados como si hubieran estado imperdonablemente manchados con "racismo" y "sexismo", y por lo tanto como intricadamente malvados. Su lugar ha sido tomado por charlatanes pro-marxistas, pseudo-intelectuales, estrellas de rock, celebridades cinematográficas izquierdistas, y otros por el estilo. En otro nivel, la cultura cristiana tradicional es condenada como represiva, "eurocéntrica" y "racista", y, por lo tanto, indigna de recibir nuestra ininterrumpida lealtad. En su lugar, el primitivismo puro, bajo el disfraz de "multiculturalismo", es presentado como el nuevo modelo.

El matrimonio y la familia, los mismos componentes básicos de nuestra sociedad, son permanentemente atacados y trastocados. El matrimonio es retratado como un complot de los hombres para perpetuar un sistema malvado de dominación sobre las mujeres y los niños. La familia es representada como una institución peligrosa que resume la violencia y la explotación. Las familias patriarcalmente orientadas son, según los gramscianos, los precursores del fascismo, del nazismo, y toda forma organizada de persecución racial.

La Escuela de Frankfurt

Con respecto la materia del debilitamiento de la familia estadounidense, y a muchos otros aspectos de la táctica gramsciana, exploremos brevemente la historia de la Escuela de Frankfurt. Esta organización de intelectuales izquierdistas, también conocida como el Instituto de Frankfurt para la Investigación Social, fue fundada en los años veinte en Frankfurt am Main, Alemania. Allí florecería en medio de la decadencia del período de la República de Weimar, desarrollándose y alimentándose de la decadencia, y expandiendo su influencia por todo el país.

Con la llegada de Hitler a la Cancillería del Reich en 1933, los incondicionales izquierdistas de la Escuela de Frankfurt huirían de Alemania hacia los Estados Unidos, donde pronto establecerían un nuevo instituto en la Universidad de Columbia. Como es característico de tales hombres, ellos pagarían su deuda con los Estados Unidos por haberlos amparado de la brutalidad nazi, centrando su atención en lo que ellos consideraban como injusticias y deficiencias sociales inherentes a nuestro sistema y sociedad. Inmediatamente comenzarían a idear un programa de revolucionaria reforma para Estados Unidos.

Max Horkheimer, uno de los notables de la Escuela de Frankfurt, determinó que la profunda lealtad de los Estados Unidos hacia la familia tradicional, era una señal de nuestra inclinación nacional hacia el mismo sistema fascista, del cual él había huido. Al explicar esta conexión entre el fascismo y la familia estadounidense, declaró: "Cuando el niño reverencia en la fortaleza de su padre una relación moral, y, de esta manera, aprende a amar aquello que su razón reconoce como un hecho, está experimentando su primer entrenamiento para la relación de autoridad burguesa"

Comentando críticamente sobre la teoría de Horkheimer, Arthur Herman escribe en "La Idea de la Decadencia en la Historia Occidental": «La típica familia moderna, entonces, implica una "resolución sadomasoquista del complejo de Edipo", al producir un lisiado psicológico, la "personalidad autoritaria". El odio del individuo hacia el padre es interrumpido y permanece sin resolución, convirtiéndose en cambio, en una atracción hacia las figuras de fuerte autoridad a quienes obedece incondicionalmente». La familia patriarcal tradicional, es de esta manera, un caldo de cultivo para el fascismo, de acuerdo a Horkheimer, y las figuras con autoridad carismática —hombres como Hitler y Mussolini— son los últimos beneficiarios de la "personalidad autoritaria" inculcada por la familia y la cultura tradicionales.

Theodor W. Adorno, otra celebridad de la Escuela de Frankfurt, resaltaría la teoría de Horkheimer con un estudio propio, publicado en forma de libro bajo el título "La Personalidad Autoritaria", el cual escribiría conjuntamente con Else Frenkel-Brunswik, Daniel J. Levinson y R. Nevitt Sanford. Tras un examen más exhaustivo, fue hecho evidente a los críticos, que la investigación sobre la cual estaba basado "La Personalidad Autoritaria" era pseudo-sociológica, deficiente en su metodología y sesgada en sus conclusiones. Pero los críticos fueron ignorados.

Estados Unidos —declararían Adorno y su equipo de investigación— estaría lista para su propia toma del poder fascista a nivel local. La población estadounidense no sólo sería irremediablemente racista y anti-judía, sino que tendría, por lejos, una actitud demasiado tolerante hacia figuras autoritarias, como padres, policías, clérigos, líderes militares, etc. También estaría demasiado obsesionada con nociones "fascistas", tales como eficiencia, pulcritud y éxito, porque estas cualidades revelarían internamente una "visión pesimista y despectiva de la humanidad", una perspectiva que conduciría —sostendría Adorno— al fascismo.

Mediante tales indisimulados disparates — como los que uno puede hallar en los escritos de Horkheimer, Adorno, y las demás luminarias de la Escuela de Frankfurt— las estructuras de la familia tradicional y de la virtud tradicional, son seriamente cuestionadas, y la confianza en ellas resultó debilitada. Los funcionarios gubernamentales electos y los burócratas han contribuido a este problema mediante políticas de impuestos gubernamentales, cuales multan a la familia tradicional, mientras que subvencionan formas de vida anti-tradicionales.

Además, estos funcionarios están predispuestos cada vez más a elevar abominaciones tales como las uniones homosexuales, y las heterosexuales ilícitas, al mismo nivel que el matrimonio. Ya en muchas localidades en todo el país y en numerosas corporaciones privadas, los beneficios antes reservados a parejas casadas, son concedidos ahora a "compañeros" sexuales solteros. Incluso la palabra "familia" está siendo lentamente reemplazada por el vago eufemismo de "grupo domiciliar"

Una Tierra Sin Ley

Los estadounidenses se han jactado durante mucho tiempo de que su nación es un gobierno de la ley, no de los hombres. La ley estadounidense deriva directamente del derecho anglosajón, y de los principios bíblicos y cristianos que yacen en la raíz del derecho anglosajón. Uno esperaría, por consiguiente, que la ley constituyera una de las principales barreras contra la subversión de nuestra sociedad. En vez de ello, en el campo legal, los cambios revolucionarios han estado a la orden del día, cambios tan asombrosos que no podrían haber sido imaginados por los estadounidenses de hace cincuenta años. Nadie habría soñado con la proscripción de la oración y de cualquier otra expresión de convicción religiosa en la propiedad pública, con la legalización del aborto como un "derecho" constitucionalmente garantizado, y con la legalización de la pornografía, para mencionar sólo tres de ellos.

Los principios claramente expresados, adoptados por los Padres Fundadores, y publicados en nuestra Constitución son ahora rutinariamente reinterpretados y distorsionados. Aquellos que no pueden ser reinterpretados y distorsionados, como la Décima Enmienda, son simplemente ignorados. Peor aún, la agenda ideológica que sustenta la radicalización de la ley estadounidense es alegremente aceptada por millones de estadounidenses, quienes han sido radicalizados sin siquiera darse cuenta de ello.

Crucial para el éxito de los gramscianos, es la desaparición de todo recuerdo de la antigua civilización y estilo de vida. El antiguo Estados Unidos, de vidas no reguladas, de gobierno honesto, de ciudades limpias, de calles sin delitos, de entretenimientos moralmente edificantes, y de un estilo de vida orientado a la familia, ya no es algo latente en las mentes de muchos estadounidenses. Una vez que este Estado Unidos se haya ido completamente, nada se interpondrá en el camino de la nueva civilización marxista, cual demuestra que únicamente a través del método gramsciano es verdaderamente posible "marxizar al hombre interior", como Malachi Martin escribió en "The Keys of this Blood". Entonces, y sólo entonces, escribe el Padre Martin, «podría usted con éxito colgar la utopía del "Paraíso de los Trabajadores" ante sus ojos, para ser aceptada de una manera pacífica y humanamente agradable, sin revolución o violencia o derramamiento de sangre».

Debe ser evidente para todos, excepto para las almas más simples, que luego del paso de una generación o dos, tal incesante condicionamiento social está destinado a alterar la conciencia y la sustancia interior de una sociedad, y está obligado a producir crisis estructurales significativas dentro de esa sociedad, crisis que se manifiestan de modos innumerables en prácticamente todas las comunidades a lo largo del país.

La Buena Batalla

Podría parecer a algunos que la situación en nuestra nación es desesperante y que no hay fuerza o agencia que, posiblemente, puedan poner un alto a las insidiosas estrategias que obran para destruirnos. Sin embargo, a pesar de la sombría crónica de los pasados sesenta o setenta años, hay mucho que todavía puede ser hecho y muchos motivos de esperanza. Las familias, y los hombres y mujeres particulares todavía poseen, en gran medida, la libertad de evitar y escapar del condicionamiento social alterador mental de los gramscianos. Dichas familias e individuos tienen el poder de protegerse a sí mismos de esas influencias y sobre todo de proteger a sus jóvenes. Existen alternativas a las escuelas públicas, a la televisión, al cine basura, y a la estridente música "rock", y aquellas alternativas deben ser adoptadas. La propaganda y el veneno cultural deben ser excluidos de nuestras vidas.

Aquellos que tienen a su cuidado personas jóvenes, tienen una responsabilidad especialmente pesada. A pesar de todos los esfuerzos de la izquierda radical y sus simpatizantes en las escuelas y en los medios de comunicación, con el objetivo de transmutar a los estadounidenses jóvenes en salvajes, no se les debe permitir tener éxito, porque en las mentes desorganizadas [de los jóvenes] —vórtices mentales de anarquismo y nihilismo— no existe poder de resistencia. Los salvajes pronto se convertirán en esclavos. Los niños y jóvenes deberían ser introducidos en tales conceptos básicos como honestidad, decencia, virtud, deber, y amor a Dios y al país, a través de las vidas de auténticos héroes nacionales, hombres como George Washington, Nathan Hale, John Paul Jones y Robert E. Lee.

Del mismo modo, estarán mejor capacitados para retener valores civilizados y mantener mentes sanas, si son animados a aprender a amar su herencia cultural, mediante la buena literatura, poesía, música y arte. Los padres deben exigir de sus hijos el respeto a la moral, costumbres y normas de sus antepasados.

Y en la escuela, debe requerirse que el joven se adhiera a altos estándares de conocimiento académico. Y lo que es más importante, la religión tradicional debe ser una parte integral de la vida cotidiana.

También, como ciudadanos debemos ejercer nuestros poderes persuasivos sobre nuestros representantes electos. Al hacer esto, nuestra mentalidad debe ser aquella, de exigir la ausencia absoluta de componendas por parte de los políticos. De la misma manera, al escoger representantes electos en cada nivel, debemos buscar a hombres y mujeres que rechacen acuerdos perjudiciales.

Igualmente importante es que, los honorables hombres y mujeres, intransigentes a las concesiones perjudiciales, a quienes elijamos para que nos representen, deben ser hechos conscientes de la estrategia gramsciana de la subversión cultural; ellos deben ser capaces de reconocer las tácticas y las estrategias que están siendo usadas para socavar las instituciones de las cuales dependen nuestras libertades. Lograr esa comprensión requerirá, por su parte, de la creación de un electorado culto y con principios, que comunicará ese conocimiento a nuestros representantes, y los hará responsables una vez que se les haya confiado el cargo electivo.

Nunca deberíamos permitir ser puestos en estampida, como si de un rebaño se tratase, por causa de la formación de opiniones y juicios estimulados, y orquestados por el sensacionalismo de la prensa y otras herramientas de los medios de comunicación. En vez de ello, con tranquilidad, debemos resistir a sus técnicas de manipulación mental. Debemos esforzarnos por ser pensadores independientes. Al comprender que no estamos solos, deberíamos regresar a las iglesias, escuelas y organizaciones políticas y educacionales con tendencias tradicionalistas, y allí prestar nuestras voces y apoyo para la creación de bastiones de resistencia ante la embestida gramsciana.

Finalmente, nunca debemos perder nuestra fe en el futuro, y nuestra esperanza por un Estados Unidos mejor y un mundo mejor. Dios, con su Infinito Poder e Inmenso Amor hacia nosotros, nunca nos abandonará, sino que, más bien, responderá a nuestras plegarias, y recompensará nuestros esfuerzos, siempre y cuando no perdamos nuestra fe. El marxismo -junto a cualquier otra bandera que el estado totalitario agite en estos días- no es algo necesariamente inevitable, y no conforma -fatídicamente y obligatoriamente- las ondas del futuro. Mientras pensemos y actuemos con el espíritu indomable de nuestros antepasados, no podemos fallar.


(Publicado el 5 de mayo de 1999 en thenewamerican.com)